Aproximarse a una noción de lo humano exige no menospreciar, ni minimizar nuestro ser biológico, sometido en la evolución, desde los inicios, a las mismas leyes de la naturaleza que el resto de los seres vivos.
En este sentido, nuestra biología importa, a pesar de que la evolución de nuestro cerebro -biología- nos haya proporcionado la capacidad de desarrollar lo que se ha dado en llamar una segunda naturaleza. Aunque, quizás sea más apropiado considerar lo cultural como una manifestación de nuestra condición natural que interactúan como un único ente, y cuyo fluir material nos constituye.
De esta forma, abandonando cualquier tipo de dualismo -mente/cuerpo o naturaleza/cultural- lo humano se expresa como un ente que es corporalidad y que posee los condicionamientos de esa materialidad. Ahora bien, nuestro desarrollo cerebral nos proporciona capacidades que, hasta ahora, hemos reconocido como propias o claramente destacadas en nosotros y en oposición a otros seres vivos. Estas serían la voluntad, la razón, la sensibilidad-afectabilidad conscientes.
Un ente con estas cualidades no solo afronta las limitaciones del entorno, sino que de suyo genera cuestiones sobre sí mismo y el mundo, las cuales experimenta como problemáticas. Además, estas facultades son a su vez un enigma a descifrar, aun habiéndolas identificado como tales, ya que necesitamos entender cómo interactúan y si hay preponderancia de una sobre otra, en X circunstancias, y, si además tenemos la potestad de dejarnos orientar por una u otra, o por el contrario estamos sometidos a un cierto arbitrio.
- Corporalidad y voluntad
En este sentido, Schopenhauer entiende que la voluntad, que es motor del mundo y de los humanos como fenómenos corpóreos, es una pulsión que nos lleva siempre a desear, y siendo deseo y anhelo infinito no puede ser nunca satisfecho porque dejaría de ser deseo. Es decir, la voluntad de querer vivir, ese afán de mantenerse exige estar siempre en la búsqueda de saciar deseos insatisfechos, de lo contrario se anularía, perdería su poder querer y como no somos más que la manifestación fenoménica de esta, nuestro querer vivir se desintegraría. Sin voluntad nada somos, pero es ella la que, en su necesidad de ser y manifestarse, nos lleva al padecimiento y al mal.
En consecuencia, el hombre es fenómeno, corporalidad sujeta a los que Schopenhauer denomina “principio de razón suficiente”, que implica que el individuo humano, como manifestación fenoménica de la voluntad de vivir, se rige por el principio de causalidad -dada una causa se dará un efecto, lo cual no implica que se dé la causa-. Y clarifica al respecto:
“Ahora bien: la causalidad, ese guía de todos los cambios, aparece en la naturaleza bajo tres formas diferentes: como causa, en el más estricto sentido; como excitación o estímulo, y como motivo” (Schopenhauer: 22/5/2023, 42)
Aquí nos interesa detenernos en los motivos que, velados a la conciencia racional que opera con conceptos y pensamientos, se mantienen ocultos no solo a los otros, sino a uno mismo. Los motivos pueden ser captados por la conciencia intuitiva pero siempre a posteriori de la acción. Esto lleva a creer que es la voluntad la que decide, aunque lo que acabamos descubriendo es que el humano teme saber qué es lo que realmente le mueve, y solo
“a través de los que hacemos, nos enteramos simplemente de lo que realmente somos” (Schopenhauer: 22/5/2023, 91).
Sugerente la afirmación del filósofo alemán que parece invertir la versión aristotélica que reza: el hábito hace la virtud, es decir lo que hacemos va construyendo nuestro carácter, nuestro êthos; por su parte, parece que el ímpetu de la voluntad de vivir tan solo nos deja el margen de, tras nuestro hacer, procurar intuir el motivo y por tanto lo que ha condicionado nuestra voluntad, desvelando realmente lo que somos. Parece que nos hallemos ante una dicotomía relevante porque contribuirá a la concepción que tengamos de lo humano: actuamos y eso nos constituye, o actuamos y eso revela lo que ya somos.
Cabe matizar alguna cuestión sobre el carácter del individuo según Schopenhauer, ya que veremos que existe un margen de decisión para pulir eso que somos por condición natural, haciendo que nuestras acciones se realicen por motivos éticos, que es el sentido que utiliza Aristóteles cuando se refiere a la forja del carácter. Así, actuamos por motivos y contramotivos. Detengámonos en el siguiente fragmento:
“Yo puedo querer, y cuando yo quiera una acción los miembros móviles de mi cuerpo la realizarán inmediatamente (…). Esto en breve significa “Puedo hacer lo que quiero”. (…) Este es el principio de la libertad popular según el cual libre significa “acorde con la voluntad. (…) Mas no es por ella por la que preguntamos. “Schopenhauer, A.: (2022-51)
Ciertamente, Schopenhauer insiste en que lo relevante no es si puedo hacer libremente lo que quiero, sino por cuál es el principio del querer mismo. Solo así podremos saber hasta qué punto nuestra voluntad es libre en un sentido negativo, o sea, como ausencia de límites.
