Sequía y lluvia torrencial, el relativismo.

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Decir que “todo es relativo” es paradójico -al menos-, si atendemos a la forma categórica del enunciado, es decir, el hecho de que se esté de alguna manera afirmando una verdad -no relativa, si es verdad-. Y es que, aunque a algunos les cueste admitirlo, el lenguaje es la manifestación de las insuficiencias expresivas del humano; de ahí, que se hayan ido experimentado formas diversas, combinaciones lingüísticas nuevas, que puedan aproximarse a esas intuiciones que pujan por manifestarse, y para las cuales no haya materialidad expresiva ajustada. Entre otras razones porque las mismas intuiciones son merodeos vagos de algo.

Pensemos, por ejemplo, en la época de sequía meteorológica que estamos atravesando. Es posible trasladarse a un lugar, nada lejano del que habitualmente ocupamos, en el que las lluvias parece que no cesan. Y vuelves a tu lugar de origen y sigue lloviendo, como si la lluvia la llevaras tú. Como si la sequía no fuese contigo, porque el goteo del agua dulce parece ser permanente en tu mundo.

El sentido con el que iniciábamos el texto parece emerger de forma indiscutible: puedo utilizar los términos en su sentido estricto o metafórico; y, a menudo, la imagen, la metáfora o la alegoría son las formas de expresión más adecuadas por cuanto fluye la vida, en su instante, al margen de nuestra expectativa. Entonces, nos apercibimos de que unos habitan la sequía -algo así como una vida sin vida- y otros la lluvia fina, o la abrupta -algo así como estar demasiado vivos, doloridos de tanto vivir-, y esta disparidad de vivencias responde a esa aseveración que no pretendía ser dogmática sobre la relatividad de las cosas del mundo -en el que estamos incluidos-. Ante contextos similares -nunca pueden ser idénticos- las vivencias son profundamente diferentes. Aquí el relativismo adquiere todo su significado. Más aún, si hacemos un ejercicio retrospectivo y constatamos que cada uno lleva tras de sí la sequía y la lluvia torrencial, la muerte y el dolor de la vida.

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