El mal que nos hacemos -y no es una novela-

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El mal no se elige en abstracto porque no es ningún entre suprasensible del que podamos ni decir, ni demostrar que exista ser alguno de esa tipología. El mal se elige desde la materialidad de la existencia y siempre dirigido a otro. Inclusive, por situaciones concretas el mal puede ser elegido para uno mismo, o lo que los demás interpretan como mal, porque el individuo que elige valore que es su mejor salida. En esta circunstancia, lo que hace el individuo es elegir el menor de los males.

Sin embargo, por venganza, odio, resentimiento podemos elegir hacer el mal a los otros o desearles la mayor de las desgracias posibles. El mal es, entonces, el resultado de una acción, de un conjunto de interacciones que sitúan al individuo en una situación concreta, que puede ser identificado y observado. Por eso, aunque nuestro lenguaje nos permita hablar del mal, cuando lo hacemos, nos referimos -lo sepamos o no- al conjunto de acciones que han generado daño o han situado a alguien en circunstancias dañinas. También es cierto que los humanos podemos gestar sistemas que acaben funcionando casi como estructuras autónomas que sean dañinas, es decir que provoquen el mal a muchos. Un ejemplo de esto sería el sistema neocapitalista que despersonaliza, deshumaniza, nos cosifica y, en consecuencia, nos aliena porque somos intercambiables como cualquier mercancía. Entiendo que lo más grave actualmente, es que no es propiamente nuestra capacidad de trabajo lo que se intercambia, sino que se nos intercambia a nosotros como individuos, ya sea como trabajadores o como consumidores. Acabamos prisioneros de un engranaje, cuyo funcionamiento produce mal a muchos, del que ni tan siquiera nos podemos distanciar para tener conciencia y, que nos devora hasta dejar el rastro de nuestro esqueleto.

De alguna manera, el temor que se ha ido generando respecto de la Inteligencia Artificial consiste en concebirlo como elevar a la potencia X el sistema que ya nos tiene amarrados. Desconociendo el alcance que esta tecnología pueda tener, sentimos pavor ante lo que imaginamos que puede llegar a hacer de nosotros, los que seremos objeto, porque habrá un sujeto tras esa maquinaria que transformará la IA en sujeto para que quedemos a merced de ella. Este temor no es tan paranoico como algunos pretenden hacernos pensar, y puede ser la nueva estructura de una sociedad distópica.

En síntesis, el mal no sobreviene sobre nadie porque es siempre el resultado de la acción de otro o de un conjunto de acciones ajenas que pueden llegar a funcionar como una estructura. Sería conveniente intentar identificar siempre de donde proviene el mal que padecemos, porque lo que es certero es que no desciende del cielo, sino que se proyecta sobre nosotros desde una lugar, una materialidad tan concreta como nosotros mismos.

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