De la perversión de la política a una «auténtica» política.

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Estoy segura de que cualquier cosa que pueda decir sobre los políticos y la política que estos llevan a cabo es repetitiva. Sin embargo, no quiero abstenerme de dejar constancia del espectáculo que organizan todos en conjunto. Lo más deplorable, a mi entender, es la cruzada de descalificaciones entre ellos que constituye prácticamente la totalidad de sus discursos, sin que el parlamento sirva para dilucidar alternativas y propuestas para la gobernanza. Me refiero tanto al parlamento español como al catalán. En un momento complejo, como otros muchos que ha habido, en lugar de afrontar conjuntamente los problemas, asumiendo propuestas del gobierno o argumentando una alternativa mejor, dejan al margen las preocupaciones urgentes de los ciudadanos y en los plenarios escenifican una especie de performance vacía y deplorable. La política se practica entre pasillos, fuera del parlamento, y al margen de lo que acostumbra a ser lo prioritario, que en estos momentos me atrevería a decir que es: la vivienda, los sueldos que no se corresponden con la cuantía de los precios de alimentos y alquileres y unas políticas de inmigración adecuadas a las necesidades de los que vienen y del propio país absolutamente envejecido. Creo que es la primera vez, al menos en la época moderna, que ciudadanos con trabajo se hallan en el umbral de la pobreza, principalmente porque no pueden con sus sueldos costear los gastos básicos para subsistir. Esto me parece gravísimo porque el problema ya no es estar en paro únicamente. Entonces, no hay que ser muy avispado para apercibirse de que muchas familias sobreviven gracias al mercado negro, sin el cual, seguramente, hubiese habido muchos conflictos en las calles.

Así, mientras la política que es la resolución de los asuntos públicos se dirime en los despachos, los políticos nos ofrecen en la sede parlamentaria y a través de los medios de comunicación un circo mediático del que podría informarse en los espacios de periodismo amarillo. Además, en campaña electoral se comprometen a los que no pueden o no piensan hacer, y no existe mecanismo alguno para exigirles durante su mandato el cumplimiento de parte del programa electoral que más preocupa a los ciudadanos. El tema estrella sea quizás la vivienda que parece nadie sabe, quiere o puede resolver, pero que está provocando que la generación que tendrá que tomar el relevo se vea condenada a una adolescencia eterna al depender económicamente de sus padres o a buscarse “asuntillos” poco ortodoxos que les proporcionen los ingresos que necesitan.

Para más inri, muchos ciudadanos están hartos -seguramente no la burguesía bien aposentada- de que se discuta sobre cuestiones nacionalistas que a la gran mayoría le traen sin cuidado. Creo que, por ejemplo en Catalunya, excepto a los neoconvergentes -que no creo que se hallen solo concentrados en un partido político- a los ciudadanos les preocupa poder vivir dignamente fruto de su trabajo, llegar a final de mes y disponer de recursos para proporcionar a sus hijos una educación de calidad, a parte, obviamente, de disponer de una sanidad pública que atienda a sus necesidades. Si eso se lo proporciona el estado español o un posible estado catalán, creo que les trae sin cuidado. En consecuencia, esperan o desesperan porque los políticos dedican muchas energías a esta cuestión y mientras, aquí, estamos cada vez en situaciones más precarias, fruto de que entre unos y otros desatienden las prioridades que debe atender en primera instancia la política.

A lo dicho hay que añadir que en un mundo totalmente globalizado las políticas que se llevan a cabo no dependen exclusivamente de decisiones de los gobiernos de cada estado. Los que pertenecen a la Unión Europea está sujetos a unas prerrogativas que no pueden eludir y que no se exponen con total transparencia a los ciudadanos. La opción de ser un “David” en un mundo de “Goliats” es un suicidio colectivo que nadie desea y, en consecuencia, los peajes que se deben pagar por ello hay que exponerlos con total claridad.

De todo esto deducimos que la política es algo que desborda a los ciudadanos de a pie, que al margen de votar y manifestarse de manera sectaria no ven qué vías alternativas hay.

Seguramente, lo único que le queda al ciudadano es vincularse comunitariamente con su entorno más próximo, velando por los intereses de ese reducto comunitario, no por los particulares, y buscar más alianzas con otras comunidades de ciudadanos para ir esparciéndose como redes de reivindicación y de lucha por la emancipación de cuantos más mejor. Esta apuesta se inicia por la comunidad de vecinos, por el barrio y la ciudad, las cuales deben intentar, en defensa de una vida digna para todos, tener más poder de presión sobre los diferentes gobiernos. Aunque en una democracia se supone que el poder representa a los ciudadanos, llegados a una cierta mayoría de edad podemos apercibirnos de que los ciudadanos deben entretejer vínculos de apoyo social, respecto entre sí y lucha para que esos poderes supuestamente democráticos atiendan a las auténticas necesidades de los ciudadanos. Considerando que la mayoría de los problemas son comunes, tal vez sería más eficaz que procediéramos como ciudadanos -no como taxistas, sanitarios, conductores, profesores…- y vinculados desde la voluntad de cada individuo de aliarse con los otros nos convirtiéramos en una gran mayoría que ejerce de contrapeso real de las políticas que prescinden de cubrir las necesidades básicas. Entiendo, también, que hay políticas a medio y largo plazo que, teniendo presente las demandas ciudadanas, deben ser pensadas y elaboradas por los técnicos o especialistas -otro tema es quién es considerado especialista, por supuesto el criterio que se ha usado en educación parece que no funciona-. Pienso en el cambio climático, la revolución tecnológica con la implantación de la IA, el desarrollo industrial y tecnológico, la apuesta por la investigación en todas las áreas, el uso de los recursos naturales y el problema energético,… Seguramente, alguna de estas cuestiones ya se han avanzado al corto plazo.

En síntesis, los ciudadanos debemos apropiarnos de la auténtica política que se ocupa de los asuntos públicos y desde comunidades y alianzas que velen por ese bien común -que está enterrado desde la política institucional- ejerciendo como oposición cuando las necesidades que garanticen una vida digna no están garantizadas para todos, y esa constatación podemos hacerla partiendo de las comunidades vecinales, los barrios y la ciudades, plataformas desde las que será más viable luchar por los problemas más urgentes que son comunes.

Finalizo con una reflexión pertienente al respecto de Ester Jordana Lluch:

«Y quizás la mayor aporía de la democracia que atraviesa nuestras sociedades es que, por primera vez, ese gesto de crítica al autoritarismo que vehiculan determinadas fromas de gubernamentalidad se efectúa en el seno de una forma de organización política, que llamándose democracia, no ha dejado de ejercer ese principio de dirección y control sobre la vida de los gobernados. Desde ahí, es necesario atender de modo conjunto a aquellos dos clamoreos que vehicularon la ocupación de las plazas en el 2011: cómo la reivindicación de una democracia real y la crítica a las democracias representativas iba de la mano de la gubernamentalidad en el seno de la cual los gobernados se perciben como «mercancías en manos de políticos y banqueros». Por lo tanto, la cuestión es plantear cómo la expansión de la democracia se sitúa en correlación a la crítica de esas formas de gubernamentalidad que, en nombre de la libertad, no han dejado de imponer límites, formas y destinos de nuestras vidas para plantear, desde ahí, cómo reapropiarnos de las mismas»

APORÍAS DE LA DEMOCRACIA. Ricardo Espinoza, Jordi Riba (Coord). Artículo de Ester Jordana «la democracia exapndida», pg. 172. Editorial Terra Ignota. 2018.

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