Había recorrido muchos senderos, algunos extremadamente fangosos. Las piernas, el cuerpo entero se le había quedado pesado, dolorido, con las articulaciones secas incapaces de articular órgano alguno. Tanto anduvo que creía haber agotado todos los lugares posibles. Tan solo poseía conciencia del cansancio, que intentaba combatir con una voluntad que ya tampoco era tan férrea. Se concentraba tanto en aupar su cuerpo que acababa olvidándose del para qué y del por qué. Esto tintaba su ánimo de un tono grisáceo, que aumentaba la intensidad. Creía que si dejaba su cuerpo a su antojo acabaría inmovilizado, pétreo, y que la vida se le evaporaría de indolencia, o antes bien impotencia.
Sin embargo, necesitaba recordar el propósito y el motivo por el cual el esfuerzo inmenso que realizaba, cotidianamente, valía la pena. Sin la conciencia del sentido, le resultaba absurdo tanto ahínco.
Se hallaba en un dilema: desahuciarse o luchar; pero sentía que, sin vitalidad, sin fuerza, ni aliento le urgía un motivo incuestionable que hiciera de su empeño algo inquebrantable. ¿Hay motivo de esa naturaleza para batirse en duelo contra uno mismo a cada instante?
Sin respuesta, fue fluyendo hacia el no ser de su cuerpo, aproximándose a ser solo cenizas insignificantes que acabarían espolvoreadas. “No hay que prolongar innecesariamente la agonía”, pensaba, casi siguiendo el principio de economía de Ockham, tardó pocas semanas en ser parte del recuerdo de alguien, quizás; o no siendo nada.

Tan profunda tu prosa poética que me dejó sin aliento al terminar de leerla. Saludos Ana.
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Gracias!
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Muy bueno. 👌
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gracias, Diana!!!!
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Impresionante y la fotografía también…
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gracias!!!
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A ti!
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