Habitamos lugares propios, cada uno el suyo. Me acerco y te alejas, te aproximas y me distancio; ese juego cómplice de necesidades de no invadir y no sentirse invadido nos fuerza a recrear armonías y disonancias continuamente. Los tiempos cambian y la posibilidad de compartir espacios también. Eso no constituye un fracaso, sino la contundente evidencia de que la vida nos ubica a cada uno donde nos corresponde. Tú no puedes esperar lo que ya no puedo darte. Yo tan solo confío en que asumas mis limitaciones, que son cada vez más, y aumentan las distancias. Sin embargo, sería saber vivir, poder interactuar cada uno desde su atalaya, sin sentirse forzado por el otro a ser lo que ya no se es, aunque se fuese. Yo voy lentamente despidiéndome de vivir, sabiendo que puede acontecer precipitadamente o más tarde. Tú estás iniciando tu singladura, sin horizonte castrante, y debes subir y bajar, saltar y revolotear. Cada uno siendo quien es y dejando de ser, deseando experiencias opuestas, puede seguir vinculado al otro, que se renueva continuamente. Solo le debemos al otro respeto, y hasta que éste no brille intensamente, tú no podrás dejar de reprochar lo mal que hice muchas cosas. Yo solo guardo la conciencia de quién eras desde bien pequeño. Todo llegará, los tiempos no pueden ser precipitados porque los abortamos.
