Sin luz, no hay mirada, y ésta resta anulada mientras anhela huir de la oscuridad. ¿De dónde proviene la luz? Muchos dijeron durante siglos que su origen era la Razón, capaz de iluminar con su sesgo lógico-conceptual cuanto aparecía a los sentidos. Hoy, vamos constatando que más que aprehender el mundo la racionalidad la aprisiona, la sesga y puede acabar produciendo monstruos. De ahí que, comencemos a indagar otras fuentes de luz más auténticas para que acontezca lo humano, y vamos experimentando que solo desde ese existente deseante, pasional y, también, racional puede irse intensificando la luz. Sobre todo, cuando sin prejuicios, procuramos que cada aspecto constitutivo del humano sea en todo su esplendor. Entonces esa mirada, antes opacada, brilla tintineante de emoción ante la luminosidad que ya no oculta nada, sino que todo lo expone, y solo la mirada se deposita allí donde más calidez halla. Es comprensible desviar la mirada de lo que nos daña, pero no es liberador ocultarlo; solo ante la muestra, la aparición de cuanto es lo humano, se dirige la mirada, cada uno hacia lo que considere que merece ser visto.
