SER médico o ejercer de médico.

Un comentario

Ser médico es vocacional. Ejercer de médico puede hacerse sin vocación alguna, movidos por un sentido utilitarista -en su sentido más peyorativo- buscando prestigio y estatus social, posición económica -en caso de los que están dispuestos a trabajar simultáneamente en la sanidad pública y la privada- y cualquier otro propósito que nada tiene que ver con código deontológico alguno.

Po desgracia, del tipo dos -los utilitaristas- hay bastantes o muchos. Tratan a los pacientes con arrogancia, como ignorantes palurdos -obviamente no son médicos y pueden consultar cualquier cuestión que al susodicho doctor le parezca una nimiedad evidente- y creen que su palabra es casi sagrada. Este patrón hace años estaba muy arraigado en la sociedad, que veneraba a los médicos casi como sacerdotes. Hoy en día, desde la generación boomer, esa idolatría ha llegado a su fin. Los médicos son cuestionados, sobre todo, si no saben dar cuenta de manera honrada de los diagnósticos o tratamientos que dan a sus pacientes, y si estos no mejoran. Si se puede, se cambia de médico, se pide otra opinión, y esta última práctica es recomendable sobre todo porque, aunque algunos médicos estén endiosados, hace años que se desendiosaron diversas profesiones, entre ellas la suya.

A pesar de esto, es posible tropezarse aún con carcamales que se consideran a sí mismos infalibles y que están apoltronados en su altanería. No tratan al paciente con la sensibilidad y el respeto que requiere el hecho de que otro humano que padece determinada dolencia acuda a un profesional a demandar su ayuda. Se limitan a tener en cuenta el órgano o el campo de la medicina en la que se han especializado e ignoran premeditadamente el cuadro diagnóstico global del paciente, con lo que su credibilidad se resiente y es muy probable que ese paciente no vuelva a acudir a consulta. Lo cierto es que desconozco hasta qué punto un médico se pregunta el porqué no ha vuelto a la consulta X paciente, pero me temo que, si lo hace, será para someter a juicios de valor -como ya ha hecho hasta ese momento- a la persona que interrumpe sus visitas.

Algunos médicos necesitan un baño de humildad. No olvidar que son humanos, falibles y que lo que tratan no son cosas u órganos flotantes, sino humanos integrales y como tales hay que tratarlos.

La esperanza es que las nuevas generaciones de médicos lo sean, es decir por vocación, y el trato al paciente, si no está incluido en la formación del médico, aspecto que desconozco, se incluya. Y no como una asignatura maría, que todos aprueban sin esfuerzo, porque el trato, la calidez en la consulta es tan importante como el ejercicio mismo de su saber médico. Sin confianza en el facultativo, sintiéndose juzgado y no teniendo en cuneta sus circunstancias es difícil que un paciente se adhiera a un tratamiento y mejore.

Como pedir o soñar es gratis, de momento, desearía que cedieran sus consultas los que ejercen de médicos, pero carecen por completo de vocación y parce que la presencia del paciente le moleste. Es como al profesor que le molestan los alumnos. Algo no funciona, ni funcionará con esa actitud que menoscaba la aptitud de ese tipo de pesudo-profesional. Ayer me topé con uno, y para más datos diré que es el Dr. Agustí Sellas Fernández, reumatólogo del Hospital Dexeus de Barcelona.

Si alguien se sorprende de que facilite la identidad del “campeón”, diré que por experiencia sé que, aunque haya una negligencia y mala praxis de un médico -que no es el caso- es casi imposible conseguir pruebas para llevarlos a juicio y, en consecuencia, el paciente está indefenso ante estos profesionales. Hablo de casos en los que la negligencia llevó a familiares casi a la muerte y a un mes en la UCI, y a otro a la muerte. Esto en el Hospital de Bellvitge.

¿Qué nos queda a los pacientes? Ante una mala praxis y una negligencia no hay casi ningún resquicio por el que colarnos, más aún si no cuentas con medios económicos para ir cubriendo los honorarios de un abogado durante años. Por eso, creo que hacer pública la propia experiencia -que es indiscutible, al menos la que yo tuve ayer- es un recurso que puede evitar que otros caigan en manos de algunos desaprensivos. ¿Tenía un mal día el reumatólogo que me fulminó ayer? Quizás, pero yo ya cargo con mi existencia como para aguantar a alguien que está para atenderme a mí como médico. Y como abundan los casos, dudo que sea una cuestión de tener un mal día.

Quiero dejar claro que también me he encontrado a lo largo de mi vida con médicos afables, rigurosos y que se han ocupado de mí como paciente. En este sentido, no quiero hacer extensible lo dicho a todos los médicos. He dejado patente que esto va dirigido a los que no son médicos por vocación, sino a los que ejercen de médicos con propósitos diferentes al cuidado de las personas.

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