Andamos por un camino estrecho que, a veces, se ensancha y coincidimos con más personas de lo habitual. Ahí, el intercambio, la interacción y la refluencia entre unos y otros se intensifica- Para volver nuevamente a retomar esa forma angosta y dejarnos recluidos en un pasadizo que nos reafirma continuamente.
No es casualidad que nuestro entorno se muestre reducido, ya que constituye una estrategia eficaz para deshilarnos, no vincularnos los unos y los otros, y, por ende, mantener una sociedad extremadamente fragmentada que no se acople para exigir lo común, o aquello básico que nos afecta a todos.
En este proceso de compartimentar lo social, cada cual queda seducido por lo que directamente le afecta, contribuyendo al aislamiento de grupúsculos que pierdan de vista el horizonte compartido. Aquí, nos equivocamos todos: luchar por una causa nunca debe implicar olvidar la causa, aquella que por referirse a las condiciones de vida básicas afectan al conjunto, a todos y a cada uno.
La famosa expresión “Divide y vencerás” se manifiesta en nuestros días como una evidencia incontrovertible. Lo preocupante es que caemos presos de esta hábil forma de manipulación sin apercibirnos de lo que está aconteciendo y, nuestra falta de análisis nos arrastra por senderos que ni desearíamos pisar, ni son transitables si el propósito es el NosOtros, y no el yo como eje nuclear de cuanto deseo y hago.
Nunca es tarde para despertar, para dejar que fluyan los deseos del Otro, y en este sentido, deberíamos inaugurar un diálogo permanente para alertarnos de los juegos en los que el sistema nos atrapa. No estamos proponiendo una univocidad de pensamiento, sino una unidad en la diversidad que constituya la plataforma de lucha común contra lo que nos deshumaniza, sea cual sea nuestra determinación como humanos.
