UN LOCO, SIEMPRE SON DOS.

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La oscuridad recluye a cualquiera en su lugar, ese que le pertenece en este instante -porque sabemos que el lugar propio no consiste en apropiarse de espacio alguno-. Y, así, siendo cuerpo, que no ve nada más allá, inicia una introspección en la que afloran monstruos que han constituido su alter ego. Años ha, fue Hulk esa masa gigantesca y verde que explotaba de su cuerpo ante el maltrato y las injusticias con las que unos ninguneaban a los otros. Esa rabia y esa furia que iba in crescendo en su interior cuando observaba los golpes propinados a los que no podían defenderse, se metamorfoseaba en un gigante iracundo que aplastaba a los agresores, sin piedad. Tras este recuerdo, se apercibe que los tiempos son otros y que, tal vez, ese alter ego que la habita es Joker. Ese payaso, bufón y casi sin límite, capaz de vengar los desprecios y zarpazos padecidos por su yo, que emerge tras siendo “en el buen sentido de la palabra bueno”, ingenuo, casi infantil que ríe llorando, y que sufre una enfermedad mental categorizada -hay otras que no lo están, o tal vez hay un exceso- porque se desvía de la “normalidad”, decide llevar las contradicciones del sistema al absurdo y, como quien recrea una función, acaba con todo aquel que ha contribuido a su miserable vida.

Sin embargo, esa fluctuación entre ser uno y ser otro cada vez le confunde más. Ambos son objeto de persecución, y, en última instancia decepcionan a esos otros, que no constituyen los otros que deberían rodearle, pero que la sociedad aclama y enaltece porque son “la policía de la moral”. Una moral sin ética, hipócrita y al servicio de unos intereses concretos, siempre crematísticos, avaros y egocéntricos.

A final, ¿quién es cada uno? Seguramente ambos, porque la gran mayoría de humanos anida un Joker en su interior que solo necesita 400 golpes para devolver muchísimos más.

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