Una de las escritoras francesas actuales que más me seducen es Delpfhine de Vigan .[1] Su finura, sensibilidad y habilidad para no decir lo que casi no puede ser dicho, quedando, no obstante, presente de una manera indescriptible la hace única en el panorama literario.
He leído varias novelas de la autora y en estos momentos me hallo inmersa en “No y Yo”. El sobrenombre de “No” alude a una mujer joven sin techo, cuyo auténtico nombre queda solapado por ese apodo que refleja con dureza su condición social: la negación de sí, la exclusión social y ese no-lugar al que ha sido condenada. “Yo”, una chica más joven con una existencia “normalizada” pero nada fácil, se siente atrapada por la miseria, la tristeza y la soledad de esa otra joven, aparentemente dura, malcarada y andrajosa.
De Vigan muestra una realidad devastadora: la de la cantidad de mujeres que en Francia malviven sin techo, ni esperanza alguna. Los riesgos que corren, la violencia a la que se ven sometidas, y el miedo. Un miedo que las hace itinerantes, dirigiéndose sin rumbo a ningún lugar, a su no-lugar, pero no frecuentándolo asiduamente para no ser identificadas ni ubicadas por nadie.
La autora nos conduce a los extramuros de una sociedad que excluye por razones diversas, pero que, sean las que sean, lleva a muchas personas a vivir como “animales salvajes”, según afirma la misma “No”. En la calle no hay amigos, asegura “No”, y el motivo es nítido: todos luchan por la supervivencia, y eso es lo más parecido a “una guerra de todos contra todos”. Una batalla que lidian fuera de lo normalizado, expulsados de la sociedad para no contaminarla de su miseria y suciedad. Son como perros callejeros que todo el mundo ignora y evita, con la salvedad de que hoy en día casi no se ven perros de esa condición, ya que han sido substituidos por personas. Es la degradación de lo humano elevado a la máxima potencia, individuos que no tienen dónde cobijarse, ni nada para llevarse a la boca, ni más que harapos para cubrir su cuerpo. Son los sin derechos, los negados, los “No”.
Una cuestión candente y desgarradora que sucede en todas las partes del mundo, en las zonas devastadas por las guerras, en los países expoliados y más pobres, y en los que se han considerado ricos en los que progresivamente aumenta la pobreza extrema y esa supuesta riqueza queda en posesión de una minoría. Es igual, casi, si el sistema de gobierno es una democracia o una dictadura porque el poder que impone estas condiciones de existencia es, hoy en día, el económico, una corriente desbordada de egoísmo y narcisismo que arrasa con todo lo que concibe como un estorbo. Y lo más cruel es que ese estorbo son personas.

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