Decepción.

2 comentarios

La perplejidad, el desaire pueden dejarnos aparentemente impertérritos, posiblemente por la incapacidad de reaccionar ante lo inesperado. Mostramos un semblante hierático, casi indiferente para no mostrar el aguijón que hemos sentido agudamente punzante.  

Y seguimos. Como si nada hubiese pasado. Evitando que se perciba nuestro malestar, nuestra decepción. ¿Para qué? El interrogante anterior puede tener una diversidad de respuestas que apuesten por subsanar el daño recibido; sin embargo, a veces, no queremos respuestas pensadas para procurar mitigar una actitud en los otros que ha resultado suficientemente elocuente: no les interesaba tu demanda y se han sentido aliviados cuando la has retirado. ¿Para qué insistir? Y, menos aún, buscar explicaciones más livianas. Todos somos en algún momento objeto de desprecio, no nos ignoran por decencia, pero desearían poder hacerlo, sin que su conciencia les martillee después.

Al fin y al cabo, sea cuál sea el vínculo que nos une al otro, lo humano es esta contradicción, esta tensión perpetua entre el deseo y el deber, y, quizás, es más saludable para todos que el deber esté lo menos presente posible, y sea el deseo el que mueva a la acción. Y sí, es también beneficioso para quien ha sido objeto de desdén asimilar que esa actitud siempre es posible, y que todos en un momento u otro la adoptamos. Nos hallamos urgidos por la presión excesiva de hacer, rendir y las fuerzas se debilitan, apagando el deseo, inclusive, de auxiliar a quien se supone que amamos.

Plural: 2 comentarios en “Decepción.”

  1. Interesante texto, Ana. Me ha dejado pensando. En ocasiones puede ser la incapacidad para reaccionar, o simplemente evitar mostrar todas las cartas – no producirse hacia los demás, como se suele decir, «a calzón quitao». A veces hay que nadar y otras guardar la ropa. Aunque, como en el caso del emperador, vayamos desnudos o casi. Pero este es otro tema… ¡Abrazo!

    Le gusta a 1 persona

Replica a Ana de Lacalle Cancelar la respuesta