En este día de Sant Jordi del 2025 quiero facilitaros la introducción de mi última obra. Espero que sirva para situaros qué cuestiones aborda esta reflexión personal y filosófica. Bona diada de Sant Jordi!
1,- INTRODUCCIÓN
Últimamente, es recurrente, demandar que, si la Filosofía quiere tener relevancia en la sociedad, debe estar arraigada a la vida. Este planteamiento se manifestó con más intensidad durante la pandemia que vivimos en el año 2020, ya que fue una constante el hecho de acudir a los filósofos para que hicieran diagnósticos y, sobre todo, prospecciones sobre la denominada sociedad postpandemia. Eso, ahora, está sucediendo intensamente respecto de las derivas que tendrá la inteligencia artificial. Una noción algo exotérica, si se me permite la expresión, de lo que es la Filosofía.
Por otra parte, es cierto que la filosofía utiliza a veces un lenguaje de difícil acceso a los neófitos -una de las razones para exigir una conexión más tangible con el mundo- pero también lo es que se ocupa a menudo de cuestiones que resultan casi inefables, porque no se refieren a aspectos estrictamente materiales que podamos señalar y palpar para hacer más fácil su comprensión como, por ejemplo, la felicidad, la angustia, el sentido, … Esta exigencia de claridad no acostumbra a planteársele a la Física, las Matemáticas u otras disciplinas que son tan abstrusas o más que la Filosofía. Tal vez, porque se asume, inconscientemente, que la ciencia es para los científicos y que nuestra función es beneficiarnos de los resultados de sus investigaciones, aunque no entendamos absolutamente nada del proceso teórico y empírico que la sustenta.
No obstante, me temo que, otro motivo que subyace a esta diferente demanda es la clasificación artificiosa que se hace de los saberes, la Filosofía se ubica dentro de lo que se denominan “letras” o equiparable a las “ciencias sociales”. Y, por supuesto, bajo esta división yace el implícito que las “letras” son más fáciles y cualquiera puede acceder a ellas. A quienes siguen sustentando esto les sugeriría que abran alguna de las obras de Borges, Joyce, por nombrar a escritores que están considerados literatos -también artificiosamente- y tras su intento de afrontar esas lecturas dieran cuenta fidedigna de ellas. Esto simplemente por poner un ejemplo de lo accesible que, en ocasiones, son las letras para cualquiera.
No quisiera distraerme en lo que no es significativo, de tal forma que voy a procurar hacer una breve reflexión sobre algunas de las cuestiones a las que se enfrenta la Filosofía para mostrar que, a veces, entrar en determinadas disquisiciones requiere de una propedéutica.
La Filosofía, sin que pueda delimitarse, como se ha hecho, un origen en el seno de la Grecia Antigua se enfrentaba como preocupación principal a la cuestión sobre qué es la realidad. Esta preocupación estaba presente en los mitos más arcaicos, en los que los dioses parecían manejar el cosmos a su antojo, y posteriormente cuando aquellos a los que denominados presocráticos desde un lenguaje aún metafórico y alegórico intentaban explicar el principio y la esencia de todo, lo que denominaban como arkhé o arjé. Los textos que han llegado hasta nosotros y cuyas traducciones son de una gran complejidad, son oscuros, abstrusos, incluso leídos desde hoy con esa mentalidad científico-técnica, a los neófitos les pueden resultar absurdos y pueriles. Obviamente, a quien le sucede esto es porque no está en condiciones de leer textos a los que solo podemos aproximarnos desde un conocimiento del contexto, la cultura, en que fueron escritos, y atendiendo a lo nuclear que suponemos que dicen. Esa propedéutica de la que hablábamos es imprescindible para no banalizar su contenido por ignorancia.
Aunque no querría que pareciera que son los Antiguos los que pueden resultar inaccesibles. Pasa algo semejante si cualquiera intenta leer a Hegel, Marx, Heidegger, Nietzsche…por mencionar algunos. Puede ocurrir que no entendamos nada, o que, por ignorancia, entendamos lo que hermenéuticamente no puede ser sostenido.
¿A dónde quiero llegar?
A, – Que no entendamos el lenguaje de muchos filósofos se debe a que el rigor con el que intentan indagar cuestiones, que sí tienen que ver con la vida, exige el uso de términos precisos cuya combinación puede resultar de difícil comprensión, pero que obviamente no pueden ser abordadas desde el lenguaje ordinario, como no lo hacen otras disciplinas.
B, – La Filosofía se enfrenta a preguntas poco cotidianas porque no son obvias y sus disquisiciones son un diálogo continuo que el filósofo sostiene con los que le antecedieron y con sus contemporáneos, por lo que difícilmente cualquiera puede sentarse a leer esas obras en bruto, es decir sin estar familiarizado con ese lenguaje que se adentra en la Metafísica, la Ontología, la Epistemología y a las que necesariamente están vinculadas la Ética, la Política, …
¿Cualquier ciudadano no puede, entonces, filosofar?
Los filósofos pueden usar un lenguaje más accesible para abordar determinadas cuestiones de interés general, lo cual puede implicar que, si uno lo hace refiriéndose a un pensador en concreto, e intenta simplificarlo corre el riesgo de no ser fiel a la complejidad del pensamiento de ese autor. Aun así, aquellas cuestiones que pueden ser de interés generalizado pueden ser dialogadas entre un individuo y cualquier filósofo que, desde su contemporaneidad, decida que los términos con los que va a entablar ese diálogo tienen que ser comprensibles para cualquiera que use su razón y su capacidad de diálogo.
A menudo, se pretende democratizar tanto la filosofía que se sostiene esa gastada y vacía frase de que todos somos filósofos porque todos pensamos. Somos seres racionales -en principio- pero eso no nos hace físicos, matemáticos, químicos ni filósofos, así de la nada, sin formación, sin lecturas, sin esfuerzo. La Filosofía no es una disciplina menor, ni de escasa complejidad. De ahí, que todos podemos iniciarnos en la aventura de la filosofía como se intenta desde la educación -cuando la disciplina está incluida en el currículum- o también puede intentarlo cualquiera que tenga verdadero interés y voluntad de batallar en el complejo empeño de entender lo que al humano se le escapa, o le está negado; así como otros ámbitos de la vida humana sobre los que es ineludible seguir pensando y repensar continuamente. Pero esto, insisto, exige un largo camino de estudio, esfuerzo y, a menudo, frustración porque ocuparse de las cuestiones inaprehensibles e inefables no produce la satisfacción de haber hallado la piedra filosofal.
Tras todo cuanto he dicho, desearía clarificar que no ser filósofo no es excusa para no desarrollar una actitud crítica ante nuestro mundo, porque esa es una exigencia que debería inocularse en la educación a todo individuo como parte de la sociedad. Ser crítico, no es ser filósofo, aunque obviamente un filósofo debe ser crítico. De esta forma los filósofos tienen, como ciudadanos, la tarea de estimular y alentar el pensamiento crítico, y para ello deben hacerlo, obviamente, desde el terreno en el que se cuece la vida y junto a todos aquellos que por su actitud vital estén dispuestos a deshacerse de un conformismo social que no conduce a ninguna mejora, ni de la sociedad ni de la persona. Es decir, la Filosofía está arraigada a la existencia para que desde las entrañas mismas del individuo surja la vida. ¿Son todos los individuos con espíritu crítico filósofos? Pues no, la verdad. Como no todo licenciado en Filosofía lo es, y no porque haya carecido de la oportunidad, sino porque adolecía del espíritu y la voluntad de serlo.
Este ensayo, pensado y escrito para todos, pretende mostrar una visión filosófica de lo que constituye el problema de lo humano; palpita desde la experiencia y recurre a herramientas filosóficas que serán útiles si nos facilitan la aprehensión de lo significativo. Obviamente, no necesariamente en su totalidad, sino en aspectos que por el hecho de ser humanos podamos compartir, sentirnos identificados, y, por supuesto, discrepar e iniciar una introspección al respecto. Una lectura debe ser transformadora, sino ese libro o texto es prescindible.
Por el momento, la idea clave es que la Filosofía en su construcción académica puede resultar inaccesible; sin embargo, se puede reflexionar filosóficamente sin esas restricciones ortodoxas, y que la experiencia devenga filosófica indagando y resurgiendo desde las vísceras de la existencia misma. Ese tipo de Filosofía conecta con cualquier humano con inquietudes sobre la existencia, el sentido, la política, la ética, …por citar aspectos que están totalmente imbricados unos con otros, y que es necesario pensar para que como comunidad de humanos podamos habitar el mundo dignamente.
Partiendo de lo expuesto, cabe explicitar y comprender que las existencias son diversas. Hay nacidos que no han sido dados a luz, sino a las tinieblas, hay aconteceres que son un posible fracaso anunciado, cuando los miramos retrospectivamente. Tal y como se puede constatar, la existencia no es nunca un bálsamo para los arrojados a la oscuridad, más aún si no se ha dispuesto de un oasis reparador. No hay peor presagio que el que se asume como un acontecer inexorable, porque nos paraliza como estatuas que esperan el deterioro por el paso tiempo. Por el contrario, forjados en la adversidad podemos hallar los vericuetos que siempre descuida la existencia para soslayar las desgracias, esperando que los tiempos que aún no han llegado sean siempre mejores.
Echar la vista atrás, retrospectivamente, cuando hemos tomado conciencia de que nuestra agonía puede desencadenarse en cualquier momento, es un acto de reparación para uno mismo, que conlleva la posibilidad de desprender en el aire, que los otros respiran, un aroma benéfico.
El subtítulo de este ensayo es un guiño a la novela breve de Faulkner titulada “Mientras agonizo”. Inspirada por ella, pero en contraposición, intentaré desarrollar qué he aprendido durante mi existencia antes de agonizar, habiendo aspirado a vivir filosóficamente, ya que cuando esto suceda la palabra pertenecerá a los que me rodeen, y, entonces, nada podré decir: silencio y ausencia.
No constituye, sin embargo, ningún tipo de lección, consejo o mantra que nadie deba seguir; tan solo lo que el dolor y el placer, presentes en nuestro modo de ser singular y único, me han proporcionado como aprendizajes de mi propia vida. Es cierto que, el afán de quien escribe desde la Filosofía puede ser consciente o inconscientemente, trasladar este saber adquirido a los otros, por lo que de universal haya de subyacente. Si así es, algunos o muchos verán sus propios aprendizajes reflejados en estos breves fragmentos, casi testamentarios. En cualquier caso, pueden promover la reflexión sobre la propia existencia en aspectos que, tal vez, no estemos habituados a interrogarnos. Eso ya sería suficiente.

Un texto para irlo leyendo, sin prisa, y asimilando.
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