«Brazos caídos» contra las guerras.

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El mundo es una decepción. Aún más, siendo incisiva, es el abismo del dolor, aquel al que nos precipitamos creyendo que no hay nada, o que hay nada, y nos empotramos contra el desgarro sangrante.

No podemos, si estamos dotados de conciencia y empatía, vivir en un lugar en el que la mayoría no tiene cabida. Nuestros brazos caídos son la mayor desesperanza del mundo. Si los que tenemos posibilidades no arriesgamos nuestra comodidad, para actuar frente a este infierno en el que habitan la mayoría de los humanos ¿quién levantará la voz y pondrá el cuerpo para rebelarse contra tanto daño, violencia y atrocidad?

Cierto es que el sistema económico capitalista, estructura que determina la mayoría de los conflictos bélicos, está muy bien trabada. No es nada sencillo desentramar los hilos, deshacernos de los agresores, intentar vivir boicoteándolos, porque sus garras están entretejidas en el tuétano mismo de nuestros huesos.

De ahí que, tan solo acciones radicales puedan hacer temblar el sistema. Hemos constatado que de poco sirven las manifestaciones multitudinarias contra las guerras en muchos lugares del mundo; que la voz es el grito desagarrado que se lamenta como reacción, pero no actúa. ¿Qué nos queda? Parar el mundo. Sí, quedarnos todos en casa, como hicimos en plena pandemia cuando se nos mandó, para detener la economía y reclamar el fin de los abusos, violaciones y genocidios que se producen en el mundo a manos de las potencias y multinacionales que tienen sometido al mundo. Si fuésemos capaces de una radicalidad semejante tardaríamos relativamente poco en provocar la toma de algunas decisiones que alivien las masacres que padecen muchos humanos —No solo los niños palestinos, porque si sufren los padres, si quedan amputados, explosionados o desaparecidos, no hace falta atacar directamente a los más pequeños, ya se está anulando la capacidad de vivir y crecer de esos niños. Todas las vidas deberían valer lo mismo -y para algunos esta afirmación puede resultar controvertida-, porque o partimos de este principio o no hay posibilidad de parar las guerras—. Cuando las pérdidas económicas empezasen a quebrar el sistema, el poder estaría en nuestras manos, porque es con esas manos que diariamente contribuimos a perpetuar el sistema que tanto detestamos. Ahora bien, corremos el riesgo de no cobrar el sueldo, por supuesto, de ser en un primer momento despedidos, …pero en la medida en que la acción sea comunitaria, colectiva y sea asumida por la gran mayoría de los que observamos impotentes tanto horror, la economía sufriría tal aldabonazo que irían cediendo a nuestras peticiones, y restaurando esos lugares de trabajos -desde el más cualificado al menos- sin los que no son nadie.

Este tipo de acciones siempre las inician unos pocos, pero la repercusión y la asunción por parte del resto de acciones equivalentes provocaría, sin duda, tal desequilibrio en el sistema productivo y de consumo que se verían obligados a ceder en la mayoría, al menos, de las peticiones. Mucho más de lo que hemos conseguido hasta ahora. Eso sí, dispuestos no solo a gritar, sino a jugarnos nuestra comodidad por salvar la vida a los millones de personas que aún quedan por morir.

Interpelo a los sindicatos, partidos políticos de toda índole, ONG, asociaciones y Fundaciones que tienen una presencia destacada en nuestras sociedades a liderar un tipo de protesta de brazos caídos, no por impotencia, sino por la negativa de contribuir indirectamente a semejantes matanzas.

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