La rebelión de «los jubiletas».

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Desde el instante en el que los huesos empiezan a romperse en láminas se ha iniciado un proceso de degeneración severo. Estamos acostumbrados a sentir que nos “rompemos” por dentro, en momentos concretos de la existencia, sin embargo, la quiebra del cuerpo inmediata nos alerta de un tipo de desgaste distinto.

La edad ha hecho mella en la materialidad que somos y, ahora, solo nos queda sostenernos psíquicamente, aceptando que este proceso debía acontecer, tarde o temprano. La degeneración del cuerpo, todos los órganos, es el envejecimiento que nos anuncia la visita más o menos temprana o tardía de esa muerte inevitable, que hemos ignorado casi toda la existencia.

Existir con las limitaciones y los dolores de la edad permite, como contrapartida, la novedad de reírnos de esa decrepitud que estamos experimentando. La hemos visto en los otros, pero cuando el deterioro se realiza en primera persona la perspectiva es muy diferente.  Tal vez, haya quien se desanime, se sienta deprimido o inclusive sucumba, pero también, como en otras edades, los hay que lo sienten con la intensidad de ser un momento único, propio y del que podemos hacer lo que queramos. Obviamente, no hablo de enfermedades sobrevenidas de forma prematura, sino como he formulado claramente del proceso de envejecimiento que todo ser vivo experimenta.

Antaño, el momento de la jubilación era experimentado casi trágicamente, ya que el sujeto se percibía como catalogado de inútil, inservible para la sociedad. Ahora, al menos la generación del baby boom, la gran mayoría desea jubilarse para tener tiempo de vivir. Afirmación burlesca casi, si consideramos que es el momento en el que productivamente se nos considera ya poca cosa. Paradójicamente, resulta que el sistema capitalista nos ha organizado -o impelido a ello- la existencia para trabajar, y tras eso el poco tiempo que resta descansar consumiendo. Liberados de la carga del trabajo, o así sería sano percibirlo, se nos abre un tiempo nuevo a escribir.

Podemos utilizar grafías fuera de la normatividad, porque ya a nadie le resulta significativo lo que un jubilado pueda hacer. Y esa libertad es la que nos hace más creativos, más incisivos y tenemos la oportunidad de convertirlo en un momento de rebelión: la que nos quedamos con las ganas de llevar a cabo de jóvenes, porque la presión económica y social hizo que se impusiera el principio de realidad. Llegados a la edad del desgaste vertiginoso, ¿Qué podemos perder? Visto así, los jubilados deberíamos constituir un revulsivo activo, con el fin de presionar a las instancias económicas y políticas a propiciar cambios profundos de una estructura que no puede ser modificada a pedazos. ¿Qué podemos perder?

Como cada tiempo tiene su afán, dando un giro de ciento ochenta grados, los jubilados se hallan quizás en el momento más adecuado para la rebelión, la revolución o como queramos plantearlo. En todo caso, la situación para muchos jubilados más propicia en toda su existencia para liquidarse la normatividad y la sumisión de un plumazo y erigirse en los factores de cambios sustantivos.

Los jóvenes están más esclavizados por el sistema, a los jubilados nadie los teme: ¿y si damos una sorpresa y, con las limitaciones que cada uno ya padece, con-juntamente zarandeamos lo establecido para remover las entrañas de un sistema de esclavos que no tienen conciencia de serlo.

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