Negación del propio «Yoismo»

No hay comentarios

Se dice, dicen, suponen que a cierta edad ya no te sorprende nada. La capacidad de sentirse conmovido es una dádiva irrenunciable y un indicador de que la vida sigue viva, que vibramos con los otros, lo otro y con nosotros mismos.

Es cierto que, lo supuestamente desconcertante, puede afectarnos para nuestro regocijo o provocarnos dolor: esa es la dinámica del vivir mismo.

Quisiera destacar aquí, aquel suceso o afectación que sentimos con pesar y que nos impacta por inesperado. En concreto, me refiero al narcisismo, egocentrismo de quienes, por otro lado, discursean sobre el amor, la comunicación, la escucha a otros, …suelen ser personas que, sin darse cuenta, se ubican como el eje de cuanto fluctúa a su alrededor y que creyendo ser un faro de atracción de ánimo y revulsivo para los demás, ejercen, en realidad, como un imán de autocomplacencia.

Es un tipo de “yoismo” que se atribuye como reproche a la denominada generación Z y que, analizándolo un poco, creo que es más nocivo. La generación actual, como todas las anteriores, se han encontrado con un mundo ante el que reaccionan con las herramientas de las que disponen; lo cual no excluye que siempre hay un margen de decisión para hacerlo resistiéndose a la inercia inoculada, y decidir por uno mismo. Por el contrario, aquellos que, teniendo ya una cierta edad, maduritos y contentos de sí mismos, acaban sintiéndose con una especie de superioridad moral, un “halo rosalíceo”, que los exenta -según su propio criterio- de rastro alguno de ese narcisismo que no les deja ver más allá de su cuerpo, en un sentido peyorativo.

Así, ante la imposibilidad de otros de cumplir con un compromiso adquirido, su ego herido solo es capaz de responder con desatención e interés. Todo finaliza tras el acto al que no acudió quien se había comprometido y es incapaz de ocuparse del otro y preguntar por los motivos -dolorosos para su interlocutor- que se lo impidieron. Todo finiquitó tras la campana final del evento, y el mensaje de pesar que el otro le pueda transmitir es absolutamente omitido, ignorado y despreciado.

Finalmente, quien se ha sentido incapacitado para asumir un compromiso que hubiese cumplido, es percibido por el narcisista como un “traidor”, y quien se siente tratado así se queda perplejo ante la grandiosidad del “yoismo” ajeno.

Quisiera advertir, si se me permite, que nadie se sienta exento de este “coronavirus” -muy de nuestro tiempo-, ya que, sin conciencia, podemos ser el “yoista” o el ninguneado, según las circunstancias. Ahora bien, disponer de la alerta interna de que tendemos a mirar nuestras circunstancias y prescindir de las ajenas es un riesgo compartido, huyamos de juicios dañinos, ocupémonos del otro, al igual que nos hace bien que en otros momentos se ocupen de nosotros, sin someternos ni devastar a nadie con juicios severos e injustos que dañan.

Tal vez, debería sorprendernos principalmente la insensibilidad propia y ajena que no nota la presencia aplastante del otro.

Deja un comentario