Gracias a la finitud, vivimos.

Un comentario

Los límites éticos de la ciencia y la tecnología, la vida, la muerte, la bondad, la maldad y qué deseos mueven a los humanos con la creencia de que su satisfacción les proporcionará autocomplacencia son cuestiones, siempre vigentes, que plantea Guillermo del Toro en su versión de “Frankenstein”.[1]

A mi juicio, el aspecto más positivo que destacaría los diálogos: breves, concisos, pero recurrentes. Sin dar respuestas, lo que hace el director es plantear preguntas, esas que surgen ya desde el mismo mito de Prometeo[2]y, por supuesto, de la excelente fuente de inspiración para la diversidad de adaptaciones cinematográficas, de la novela de Mary Shelley “Frankenstein o el moderno Prometeo”.[3]

Así como a la autora, me resulta fascinante esa dicotomía vida-muerte que nos martillea por desconocer qué hay tras el surgimiento de la vida y cómo la muerte es su correlato. De alguna manera, también, qué sucedería si no pudiésemos morirnos, esa angustia que lleva a la desesperación a la criatura apedazada de restos de otros humanos al cual da vida el doctor Víctor.

Como percibió Schopenhauer:

La vida de la criatura humana no es sino una lucha por la existencia con la certeza de ser vencido[4]

Mas, ¿y si esa certeza de un final se desvaneciera y experimentáramos como recurrentemente que, nos hieran como sea, nos regeneramos y continuamos existiendo?

“Se nos da la existencia “sin poder, evidentemente, participar en la decisión. Constatado el absurdo, abatidos por los dolores del mundo, tan solo vemos una vía de escape que nos consuele: la muerte. Sin embargo, no podemos como la Criatura morir y esa es nuestra mayor desgracia, que no pueda cesar el sufrimiento. La Criatura entiende la muerte como la liberación de tanto dolor, y el desencadenante es la convicción de que no podemos liberar a los humanos de la codicia, el egoísmo, el poder…inclusive de traer a la vida a seres aparentemente monstruosos. Para acabar descubriendo que el monstruo es el creador. ¿Cómo alguien a quien le atribuimos ser todopoderoso es capaz de engendrar criaturas crueles que gestan un mundo inhabitable? Dóciles a la maldición, no existimos más que en tanto sufrimos. Un alma no se engrandece y no perece más que por la cantidad de lo insoportable que asume[5], afirmaba Cioran. Aquí hallamos una relevante conexión entre el proceso de autocomprensión de la Criatura, y lo que aportan Schopenhauer y Cioran: Existir duele, sobre todo a medida que adquirimos autoconciencia, y la única manera de mitigar el dolor es culminar esta existencia con la muerte. Si aceptamos las condiciones de nuestro existir, podemos lidiar con esa fluctuación en la que nos vemos inmersos, aferrados al consuelo de nuestra finitud.

Schopenhauer entendía que, a pesar del dolor, podemos vivir sin tanta intensidad ese sufrir y alcanzar inclusive una vida ataráxica. Cioran admite que mientras puedas disfrutar, para qué vas a querer morir, ya que esa posibilidad siempre está -la queramos o no-. Por consiguiente, la risa, la paz son herramientas para existir con cierta agradabilidad. Nuestra auténtica condena hubiese sido que nuestro Creador nos hubiera hecho eternos. Gracias a la finitud deseamos, queremos vivir porque nos consuela saber que moriremos.


[1] https://www.filmaffinity.com/es/film231576.html

[2] http://www.gazeta-antropologia.es/?p=5059

[3] https://historia.nationalgeographic.com.es/a/frankenstein-1816-ano-que-nacio-monstruo_11248

[4] Schopenhauer, A. Los dolores del mundo. 2009. Público. Pg. 36.

[5]

Cioran, E. Breviario de podredumbre. Taurus. 2014. Pg. 57

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