Anduvimos erguidos y con el rostro exudando lozanía durante la juventud. Fascinados por una voluntad de transformación a la que fantasmagóricamente le atribuíamos un poder que no podía ser doblegado. Danzábamos por las plazas y las calles con sintonías alegres; pisando el asfalto, con cada gesto rítmico, y exhibiendo nuestra fortaleza y convicción. Una certeza
