Anduvimos erguidos y con el rostro exudando lozanía durante la juventud. Fascinados por una voluntad de transformación a la que fantasmagóricamente le atribuíamos un poder que no podía ser doblegado.
Danzábamos por las plazas y las calles con sintonías alegres; pisando el asfalto, con cada gesto rítmico, y exhibiendo nuestra fortaleza y convicción. Una certeza inquebrantable de que constituíamos la revolución que hasta entonces parecía quimérica. Íbamos a hacer crujir el sistema, las costumbres anacrónicas y las injusticias enquistadas que otras generaciones no tuvieron el poder de derruir.
Mas, entre nuestros pies de barro, en medio de cada baile, fue emergiendo la realidad, esa que tal vez no veíamos, aunque siempre estuvo. Esa indiscutible positividad de los hechos consumados con la que se enredaron nuestras piernas, perdimos el ritmo y caímos desbocados. El primer indicio de que querer no es poder, de que los fracasos anteriores no fueron por la pusilanimidad de jóvenes con flojera.
La percepción del mundo que exhibíamos fue cambiando, fluyendo con el tiempo que marca la actitud de toda generación. La nuestra no fue una excepción, al contrario; neutralizados por el principio de realidad freudiano sucumbimos a la imperiosa necesidad de adaptarnos al sistema, que soñábamos con dinamitar. Y asumiendo que nuestro orgullo era pavonaría, vislumbramos la dicotomía ante la cual toda generación se enfrenta: adaptarse al sistema o restar excluidos. ¿Y quién se queda al margen para luchar siendo un burgués acomodado? ¿Quién ha interiorizado hasta la medula unos principios que le sostengan en su voluntad de llevar a cabo una revolución, a riesgo de desaparecer en una cuneta?
Nosotros no fuimos diferentes, ni con más coraje ni más convicción. Sin apercibirnos, representamos el rol social que nos correspondía y lo abandonamos cuando el reloj marcó el instante preciso. Ahora fluctúan recuerdos que nos consuelan creyendo que lo intentamos; pero no actuamos de manera distinta a la que se esperaba de nosotros para, siguiendo con el guion, ir moldeándonos a las exigencias del sistema que acalló nuestros cantos y tensó nuestros bailes.
Hemos sido una generación más de jóvenes idealistas, adultos realistas y decepcionados que se aperciben de la complejidad de la estructura político-económica en la que estamos inmersos.
Nos quedan gestos de compasión, un dolor provocado por la impotencia y el deseo realista de que el mundo no vaya a peor, aunque hoy ya sabemos que eso es tan solo una quimera.
Sin embargo, como una explosión ciudadana en el año 2011 surge el movimiento de los Indignados que siendo transgeneracional, parecía una oportunidad única de lograr lo que hasta aquel momento parecía imposible. Fue una experiencia, casi religiosa, de que SÍ SE PODÍA. La voluntad de provocar una revolución aunada bajo lemas como «No somos mercancía en manos del mercado», «No soy antisistema, el sistema es antipersona», «Democracia real, ya» entusiasmó no solo a la gran mayoría de los ciudadanos españoles sino que se extendió por otros lugares del mundo -sin olvidar aquí el precedente de las primaveras árabes- que se sumaron al clamor de «SÍ SE PUEDE».
Sabemos, hoy, que aquella revuelta fue perdiendo fuerza y que resultó ser un clamor en el desierto. Surgió el partido político PODEMOS que intentó, o así se presentó, como aquel que sí iba a representar las reivindicaciones y deseos de cambios estructurales de los indignados, y estos se lo creyeron. Pero como ingenuos cayeron y caímos en la trampa de incorporar esa voluntad bajo las formas de institucionalización del sistema, y ahí se desvaneció todo. Lo que hoy queda de PODEMOS es un reflejo de la sombra de lo que fue, una vana ilusión.
Esta tarde a las 15h de España, a través del Facebook del CLUB MUNDIAL DE FILOSOFIA -creado por la ESCUELA CORRENTINA DE PENSAMIENTO Y EL CLUB DE ESTUDIOS SOCIALES DESIDERIO SOSA- tendremos la oportunidad de escuchar a JUAN CARLOS MONEDERO. Su figura en los países de América del Sur representa algo diferente que para los ciudadanos del Estado español. Mas la ocasión de escucharlo e interpelar, si es el caso, al invitado se nos presenta para los hispanohablantes fundamentalmente de Latinoamérica y España hoy. Invitados al directo o en a visualizar el vídeo en diferido que quedará colgado en la página de Facebook del ya mencionado Club Mundial de Filosofía.
Excelente registro de nuestro pasado inmediato de ilusiones, encantos, desilusiones y desencantos. Yo llevo así desde que tenía 15 años y ahora tengo 70 y pienso seguir en el mismo plan hasta el final de los tiempos, dado que encanto y desencanto forman parte del mismo ciclo espiraloide y caótico de las retroacciones y recursiones de los fenómenos complejos. No hay que tener miedo a desilusiones y desencantos, como tampoco a derrotas coyunturales, episódicas, tácticas o estratégica, dado que nuestra condición humana es compleja. Lo importante es comprender lo que allá un día por los años 70 aprendí de Giulio Girardi (el padre de «Cristianos por el Socialismo») e independientemente de que se sea religioso o no, lo cierto es que «…Me parece importante reafirmar en este contexto, que la opción fundamental que nos inspira, que nos mueve, es de tipo moral. Se funda en que la Causa por la que luchamos es justa, y no en que esta causa tenga certeza o probabilidad de triunfar históricamente mañana… …Si la motivación fundamental es de tipo moral, si la motivación es una opción por la Justicia, por el Derecho, por el Amor, por la identificación con los oprimidos porque son oprimidos, porque son marginados por la sociedad, porque son objetos de injusticia si ésta es la razón de una opción por los pobres la solidaridad con los oprimidos , entonces esa opción por los pobres no pierde sus razones en el momento de la derrota, sino que, al contrario, encuentra razones más profundas, razones todavía más vivas y actuales…» Ergo… LA TOALLA NI PA DIOS
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Pues me ha fascinado el párrafo de Giulio Girardi, aunque quizás los fracasos continuados llevan a una decepción profunda….y eso no significa que se cambie la forma de actuar, porque no ves ninguna otra que sea propia, ni apropiada, pero sin esperanza, más allá de la compasión o la solidaridad de los que tienes a tu alcance, donde sí puedes constatar bondades. Gracias, por leer y por esa reflexión nutrida.
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