Renovamos momentáneamente la perplejidad por lo más nimio del mundo, cuando la mirada de un infante que gatea nos exige una visión simple y espontánea de las cosas. Súbitamente las piezas aterciopeladas con formas geométricas dejan de ser problemáticas para transformarse en ligeras saltarinas que se desplazan a cada manotazo que les propinamos y cuyo