De niña me educaron según un patrón social que me anulaba. Levanté una cápsula a mí alrededor, empecé a jugar a fútbol, a chapas y cuando el desprecio tomó la disposición lingüística de “marimacho”, creí entender que mi rareza no cuajaba en el mundo. Hasta que la incursión en el ámbito intelectual nos situó a