Nubarrones espesos que se disuelven y fluctuando vuelven a condensarse, en un estar continuamente oscureciendo e iluminando el panorama, propiciando una incertidumbre sobre cuándo nos anegarán las aguas. Ese no saber es el que nos angustia y nos mantiene alertas, en estado de tensión aguardando lo peor. La obsesión por evitar la tragedia se vuelve
