En el sótano se alojan esas ausencias cuya auténtica veracidad desconocemos, pero que necesitamos retirar mientras la niebla se desvanece. Vuelven a palpar con ahínco, ese no-ser reiterado y constante que forma ya una continuidad de individuos, el hondo surco cavado por el sentimiento de impotencia e incapacidad para conservar internamente presencia alguna. Así, nunca se apreciará si son evasiones voluntarias o expulsiones, porque raro, de rareza, es que no haya ser que constituya un contenido interno estable; por lo que quizás, aunque subjetivamente se sienta abandono, habrá que contemplar la posibilidad de sujetos que metamorfosean las presencias en ausencias destructivas como estrategia para protegerse del otro y reclamar su atención, paradójicamente.