Quien escribe lo hace por vocación, aunque esté tamizada de literatura, filosofía, periodismo (…) surge como algo propio que no puede ser doblegado. La vocación sería el llamamiento o la tendencia que sentimos hacia una determinada actividad porque concuerda con nuestras preferencias o intereses. De hecho, para un filósofo puede ser tan vocacional la educación como la escritura porque ambas resultan de su nutrición investigadora, lectora y de reflexión que necesita ser compartida, dialogada y puesta en cuestión.
Así, la escritura es una tarea hija de la necesidad y de la retroalimentación que no se realiza, cuando es por vocación, por intereses crematísticos. Los apóstatas del arte de escribir se sienten ávidos de publicar y vender, producen lo que se demanda y se convierten en mercaderes de su propio producto.
Ahí, se desvanece la literatura –en cuanto texto escrito- como arte y debemos negar que no todo lo escrito es literatura –como no todo lo pensado filosofía, ni todo lo descubierto y publicado periodismo-
Por lo tanto el escritor es sería un alma abyecta en una sociedad de triunfadores, donde su miseria es la alerta de su auténtica vocación.
