La contemplación del mar, aunque este aguarde justo al lado, no es siempre una quimera. En ocasiones, huimos de lo fantástico para palpar a tientas lo real. Y, con ese gesto de renuncia y coraje, pretendemos reconstruir desde el asfalto, duro y ennegrecido, esa vida que tiende a escapársenos a la orilla del mar, a confundirse entre el oleaje resacoso.
Tal vez lo quimérico no sea, a veces, más que una fuga sin retorno.
