Entendiendo que hoy es el día en que el programa de Salvados emitido ayer por la noche será analizado y descuartizado , ya que osó adentrarse en ese tema nada problemático que –al margen del título que llevara-se convirtió en una conversación profes-padres después de observar declaraciones de los hijos en el aula. Una escenificación preparada a propósito para ser filmada, aunque eso no quita que los alumnos expresaran su opinión.
El programa resultó extremadamente superficial, algo así como una ”lluvia de ideas” en la pizarra en la que en una primera fase todas tienen un tratamiento neutral. Ahí se quedó Évole, que oyera lo que fuese todo le parecía poseer el mismo peso, el mismo valor y la misma importancia. Le faltó el rigor periodístico de haber investigado sobre el tema y poder identificar cuáles eran las cuestiones claves por las que debía aterrizar el programa. Lo siento Jordi pero este programa me recuerda a esos proyectos que se plantean desde las nuevas propuestas pedagógicas que acabaran picando de todo, sin apercibirse de nada. No progresas adecuadamente -otra bazofia del sistema-
Por esto, agotada y saturada de repetir y aburrirme repitiendo, deseo detenerme en una escena del programa que me pareció una mala práctica –a algunos les gusta mucho hablar en estos términos- Me refiero a la escena en que el profesor de filosofía –que a su vez aparece en el plató como Director del Instituto- quizás haciendo de Merlí, aborda con los alumnos el problema de la crisis económica y una alumna expresa su malestar por no poder ayudar a su madre que se “mata” a trabajar (a parte del padre) y aun así casi no llegan a fin de mes. Al borde del llanto se ve interrumpida por el profesor con un “oportuno”: ”No vamos a llorar” a lo que la alumna, cambiando el semblante, responde recomponiéndose de inmediato gesticulando un “No”.
¿Por qué no vamos a llorar? ¿Porque nos están grabando para la tele? ¿Porque somos “leones”? ¿Porque llorar es de débiles? ¿Porque no vamos a montar un melodrama? Quizás se le escapó a Merlí una oportunidad de mostrar que, en la vida, hay razones para llorar y una vez desahogados seguir luchando, que los demás pueden darnos fuerzas si conocen nuestra situación, y que hay otras situaciones en que quizás llorar es lamentarse sin motivo. Se le escapó una oportunidad de constatar que tal vez era una angustia más extendida en el grupo, y que eso era importante porque interfería el aprendizaje y había que contar en el instituto con esa realidad de urgencia con la que convivían los alumnos en lugar de ignorarla.
Ciertamente, no creo que un profesor pueda decidir cuándo se llora, cuando toca y cuando no. Porque se me antoja de una estrechez emocional digno de una botella de hielo. Lidiar con una clase de alumnos adolescentes, impartas la asignatura que impartas, es abrir una caja de sorpresas cada día, y queramos o no tropezaremos con situaciones que constituyen el proceso de crecimiento de esas personas. La mayoría de compañeros acostumbran a “limpiar” las lágrimas de sus alumnos para evitar que les nublen la vista, y una vez cesan, continúan ejerciendo de educadores porque es su cometido.
Sigo preguntándome, si para ese director lo importante no son los contenidos –como ya había declarado- y por lo que veo la habilidad emocional mucho no da de sí, ¿Qué hace?
