La zanahoria dura de roer y los hijos

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Pensaba, mientras roía la zanahoria más dura de mi vida, ¿Qué pasaría si al tener hijos en lugar de arrastrarlos detrás de nosotros, nos adaptáramos a ellos? Es decir, abandonáramos nuestra vida de adultos y asumiéramos nuestra vida de padres, sometiéndonos al orden,  las pautas, los hábitos, la repetición de estos o la monotonía que los niños necesitan, desde que nacen, para incorporar ese orden externo como una estructura mental que les va permitiendo entender que hay límites, con toda normalidad. Quizás lleguen a la escuela niños que hayan interiorizado a los padres como figuras amorosas y de autoridad, que asuman normas sin demasiada dificultad porque en su casa también las hay, que sientan curiosidad por aprender porque han sido animados en su afán de descubrir y acompañados desde siempre, y porque en definitiva han tenido unos padres que entendieron que tener hijos era renunciar a llevar una vida de adultos como la de antes. A lo mejor, cambiaban algunas cosas de las que después en la escuela son de difícil manejo. Y si además, los padres,tienen la suerte de dar con la escuela apropiada para su hijo, el colmo. Porque, creo que, también hay que reconocer que no todas las escuelas son convenientes para todos los niños, como no todos los profesores conectan con todos los alumnos. Por suerte, con el hecho de que somos humanos ya contamos, padres, hijos y profesores y por tanto con la indulgencia que nuestra miseria merece. Seguiré con la zanahoria,  que tendré más éxito.

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