Me altero y re-altero con cada neurona de tu sistema motor que siente impulsos y reacciona, porque se transforman en finísimas agujas que rozándome me llevan reiteradamente a ti. Y, aunque no parezca ortodoxo, me sublevo junto a lo más hondo de ti que -intuyo se da de puñetazos contra nada- conforma lo más tierno, inocente e infantil que todos conservamos. Una vez llorados, expulsada la rabia y desahogados de este designio, podemos sentarnos a descansar y acompañarnos.
Fui, circunstancialmente, tu profesora, además de Filosofía, ¿Sabes lo que he aprendido desde entonces? ¿Sabes que ambos podríamos enseñarnos mucho seguramente? Intuyo que tenemos lacras en común que nos atraen y nos repelen –polos del mismo signo-
Deshacerse de la desconfianza apropiadamente, del miedo, de la culpa que nunca nos ha correspondido, da vida y oxigena.
Por eso, acaso cuando se cruzan nuestras miradas –esa que siempre me ha parecido encantadora- me invada una cierta tristeza que te interroga, te reclama una respuesta que tal vez no sepas darme. Mientras, estaré aquí esperando sentir esos impulsos esperanzadores. Gracias y perdona mi transparencia, creo que hiciste bien en no estudiar filosofía.
Ahora que me queda tu ausencia, y no la espera de algún gesto, entiendo que mi lugar era el jardín de entrada del colegio. Ese manso espacio al que estamos destinados los profesores, cuando os vais con vuestra vida a otra parte. La tuya fue dura, intensa y excepcional, Jano. Porque tu espíritu rebelde supo enfrentarse a la ELA, de la única manera posible, viviendo con sentido cada instante mientras matabas a sonrisas al enemigo. Y cuando flojeabas te asistía un batallón de ángeles indestructibles.
Te recordamos no por cómo has muerto, sino por cómo has vivido.
