Hace tiempo, diría unos años, que merodea por mi mente una cuestión creo que muy problemática –se haya normalizado o no socialmente- que deseo deslindar absolutamente de la cuestión del aborto –advertencia para aquellos que tengan la maquiavélica tentación de vincularla- y que es la donación de semen y de óvulos.
Me he encontrado, curiosamente, entre mujeres de un sesgo más tradicional que el mío, que sin ningún tipo de duda apoyaban la donación de células reproductivas para aquellas parejas que por situaciones de infertilidad diversas no podían reproducirse.
A mi juicio hay de entrada un motivo irracional, que no es por tanto en sí un argumento pero tiene su peso, como sería la posibilidad de “tropezarme” con una personita en la que viera reflejados mis rasgos físicos, ¿no me abrumaría un calor súbito al interrogarme sobre la posible relación con esa criatura? ¿No me asaltaría el temor de tener hijos por ahí que desconozco? Oigo el argumento que surge de forma inmediata diciendo que eso solo es algo biológico, pero que no es tu hijo. Vale. ¿Cómo situar lo biológico en el vínculo materno-filial? ¿Y en el vínculo paterno-filial?
Existen además otros argumentos de tipo ético que son tal vez más contundentes. La maternidad y paternidad son capacidades naturales que deben ser ejercidas con responsabilidad, y entiendo pensando en el bienestar del niño/a que decidimos traer al mundo. A su vez es una experiencia única para los padres. Pero la posibilidad de engendrar debe estar al servicio del engendrado no del que engendra, y en este sentido creo que debemos velar por el derecho a conocer la filiación propia del neonato. No sé si proceder de un banco de semen o de óvulos es lo más reconfortante. La alternativa para aquellos que desean ser padres y ayudar a un niño a crecer, por el derecho que tiene a que se le dé esa opción, es siempre la adopción. Multiplicar la existencia de niños con estrategias científicas que subvierten la filiación natural no sé si contribuye al desarrollo saludable del niño o no. La inseminación artificial o la fecundación in-vitro mientras se mantengan las células reproductivas de los que por voluntad deciden ser sus padres, sean bien venidas, pero sobre cualquier otro brebaje confuso tengo serias dudas. Y ante esto optaría por la prudencia y la protección de los niños que ya malviven, para que encuentren la familia que seguro anhelan.
Querría por último explicitar que la donación de semen y óvulos en cuanto afecta a un tercero sin voz ni voto, no es equiparable ni a la donación de sangre ni a la de órganos que se dan y reciben voluntariamente. En ninguno de estos casos se recibe o da nada que afecte a la identidad, y a pesar de eso a menudo se busca, si el donante es vivo, al más óptimo también desde el punto de vista psicológico por el entramado de relaciones. ¿Qué medidas no deberían tomarse con la donación de células que serán constituyentes de un nuevo ser, y el cual debería tener derecho a conocer su filiación?
