Aunque, como ha constatado algún filósofo, no tengamos nada relevante que decir a la humanidad, si, de hecho, seguimos deslizándonos como surfistas por el oleaje lingüístico, es porque el humano necesita verbalizarse para saberse siendo e intentar comprenderse. No haga falta, quizás, que nuestro decir convulsione el mundo, porque hay momentos en que lo que parece insulso contiene una verdad inasible: que sin la palabra dicha y escuchada la soledad y el atropello mental devienen una andanada contra uno mismo. Más nos vale escupir el llanto formateado por el lenguaje.