La cuestión crucial sobre cómo se gestionan las pérdidas puede resultar un absurdo, si atendemos al hecho de que el hueco vacío, de quien o lo que ya no está, no puede ser más que sufrido. Sugerir que el tiempo desvanece la nada arraigada en nuestro interior es desmerecer la misma pérdida. También podríamos aproximarnos al fenómeno considerando que hay una ausencia externa, pero no necesariamente un vacío absoluto interior, ya que las vivencias restan llenando la falta de presencia física. Pero, digamos, para intentar atinar, que esas experiencias mencionadas no constituyen sino recuerdos de lo que ya no es, generándose un melancolía, una nostalgia abisal de lo perdido. De esta forma, retornamos al inicio porque re-cordar es traer al “corazón” lo que se fue y bien pudiera ocurrir que por propia naturaleza eso re-traído se desvanezca, y difumine víctima del paso del tiempo que mencionábamos al principio.
En síntesis, o hay auténtica pérdida sin posibilidad de reparación, o no era más que un dolor pasajero sin entidad suficiente para ajar nuestra alma con el no-ser absoluto, de quien o lo que ya no está.