La liberación sexual de los años ochenta en España convirtió a una generación en el caldo de cultivo apropiado para que el SIDA se convirtiera en una epidemia devastadora. Muchos se quedaron en el camino a causa de un virus desconocido pero que actuaba indiscriminadamente cercenando la vida de jóvenes que solo anhelaban cumplir el gesto de emancipación de las mujeres y las orientaciones sexuales que habían constituido un tabú hasta aquel momento.
Hubo quien de forma macabra lo interpretó como un castigo divino sobre las conductas pecaminosas. Los que pertenecemos a esa generación solo guardamos en regusto amargo y ácido de los que vimos morir, por desconocimiento e ignorancia de la sociedad, no por perversión o maldad, ya que muchas de esas personas abrieron un horizonte hacia la igualdad y normalización de conductas sexuales, que hoy aún buscan su equilibrio, su lugar y deshacerse de la reactividad que presidió aquella época. Se es como se es por autoafirmación, nunca por reacción, porque entonces no se es auténticamente.
