Hoy relato en POLISEMIA REVISTA

En la oscuridad de una buhardilla con el techo entelado de minuciosas telarañas, Idoia me inquiría insidiosamente por el motivo que nos mantenía allí. Ella era simplemente una niña con su cabello negro y su tez aceitunada, que se obstinaba en comprender una situación compleja de explicar sin correr el riesgo de dañarla irreversiblemente. Yo contaba con diecisiete años, aunque mi bagaje vital fuese de tal intensidad que la edad cronológica resultaba insignificante. Me acercaba discretamente a la pequeña, la abrazada, recorría sus rizos estirándolos y observando cómo recuperaban su lugar natural. Procuraba darle, además de afecto, todo cuanto necesitaba para subsistir, aunque eso implicara dejarla a solas en ocasiones para poder conseguir víveres. Bajaba a la cocina, registraba los armarios, la nevera y todo cuanto con premura podía, y nerviosa y con miedo, mucho miedo, regresaba a nuestra guarida para contentar a Idoia con nuevas sorpresas que había adquirido.
Ver la entrada original 554 palabras más