LUGAR PROPIO Y LIBERTAD DE TODOS.

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Lo político, ahondando en su relevancia, es el quid de la cuestión en la existencia de los humanos. Hablamos de las condiciones sociales, económicas y culturales a las que está sujeta la organización de la sociedad. Es decir, si esta garantiza las condiciones materiales y las posibilidades de ejercer los derechos, que como ciudadanos se reconoce en cualquier sociedad democrática, está, a su vez, facilitando que cada individuo encuentre su lugar en la comunidad. Ese lugar no es un espacio físico, en sí mismo, sino la aceptación y el reconocimiento de las formas de vida que cada uno elija, siempre y cuando no dañen ni impidan el desarrollo del lugar de los otros.

Si cada ciudadano posee la capacidad fáctica de desarrollarse tal y como desea, quiere e incluso necesita, el sistema social funciona. Esta mirada, que podría parecer individualista, no lo es si profundizamos en qué representa el lugar de cada uno.

Antes que nada, somos interactuantes e interdependientes. Nuestro supuesto lugar solo puede darse en esta convivencia con los otros. Quien pasa su existencia en soledad por exclusión no ha sido reconocido, ni por supuesto tiene ese espacio que merece como ser humano. Hallar el lugar propio significa desplegar la propia condición en una comunidad en la que, a su vez, colabora, construye y garantiza el lugar de los otros. Lo importante es no concebirnos como incompatibles, excluyentes, sino como necesarios para construir una sociedad libre y que vela por la dignidad de la vida de cada uno y de todos.

Los discursos que hacen hincapié en la exclusión de unos, como si enturbiaran la existencia de otros, solo buscan imponer unas formas de vida a base de estimular el odio hacia los que no se doblegan al pensamiento impuesto. Crean y se recrean en el conflicto y sobreviven manipulándolo.

Ahora bien, debemos tener en cuenta la posición contraria. Una cuestión es que la sociedad garantice el lugar a cada uno, y otra muy distinta que todo individuo deba entender, coincidir y concebir la diversidad de formas de vida como naturales y se le exija que no pueda expresar su contrariedad ante determinadas prácticas que no considera deseables. Podemos regular la libertad de acción -como afirmaba J.S.Mill- pero nunca la libertad de expresión. Pueden sancionarse acciones que impidan el libre desarrollo de una determinada forma de vida, pero no podemos imponer un discurso único que ahora -paradójicamente- consista en asumir lo contrario de lo que tradicionalmente se había impuesto. Cualquier restricción o sanción de la libertad de pensamiento es un atentado contra el lugar que uno ha elegido.

Bajando al ruedo, la teoría queer formulada filosóficamente, con maestría por Judith Butler, tiene aspectos cuestionables y que se han contrargumentado por parte de otros filósofos. No puede imponerse como si fuese una verdad obvia. Debe ser dialogada, pero en ese álgido debate sobre cuestiones controvertidas no puede ser impuesta como la única forma de pensar lo humano válida, progresista y no fascista. Los que cometen ese error están, ni más ni menos, que ejerciendo el mismo rol que otros ejercían con total impunidad antaño. Si no se sostiene a pies juntillas el discurso queer uno es tachado de homófobo, antifeminista y una retahíla de reproches que no se ajustan a los interrogantes que esta perspectiva nueva, al menos en su popularización, pueden suscitar en muchos ciudadanos con derecho al pensar libre y a expresar con respeto sus dudas.

Sin embargo, la ley que en España está en trámites de aprobación, que incluye esta teoría queer como algo evidente, acabará significando la imposición legal que impedirá pensar y expresar su rechazo, a riesgo de que sin entrar en diálogo se condene y excluya a los que la cuestionen.

El lugar de cada uno, la interdependencia y el buen funcionamiento de toda comunidad social implica el respecto y el reconocimiento del derecho del otro a vivir como quiera -dentro del respeto a las leyes democráticas-. Pero si queremos que esa diversidad sea real, tenemos que contemplar el derecho a disentir en el sentido que sea. Y sin, por supuesto pasar a ningún tipo de acción execrable, poner sobre el tapete las cuestiones controvertidas  tienen, en el fondo, mucho que ver con la concepción de qué es el ser humano.

Si una sociedad sustituye unas imposiciones por otras no ha mejorado ni un ápice. Siempre que se argumente con respeto debe poder expresarse el desconcierto, las dudas o los desacuerdos con las concepciones diversas que la sociedad alberga. El conflicto, que forma parte de la política, debe ser manifestado siempre mediante el diálogo para que pueda profundizarse y entender otras visiones. Tal vez no haya consensos en todo, porque seguramente no es necesario, pero sí debe haber libertad de pensamiento y de expresión para todos y cada uno, porque de lo contrario no hay auténtico lugar para ninguno.

BIBLIOGRAFÍA

  • El género en disputa de Judith Butler
  • La fuerza de la no violencia de Judith Butler
  • En mi novela “Existo, para vivir” se desarrollan una serie de diálogos en relación con el tema expuesto.
  • Es interesante leer sobre la controversia al respeto de la diferencia sexo/género que mantuvieron Butler y Zizek. Se adjunta un artículo de Laura Llevadot.

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