Madres, padres, hij@s,…y la vida

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El esfuerzo, la dedicación, el desvelo, con plena conciencia, por dar a tus hijos lo mejor de ti, y si cabe lo que ni tan solo tienes, nunca son suficientes. Ellos se afanan por desvelar lo que no les diste, las carencias que tienen. Quizás porque son los hijos de una generación de “derechos”, más que tuyos, y porque, aunque cumplan con excelencia con sus deberes, estos siempre quedan circunscritos en un ámbito externo a la familia. En esta solo exigen, de forma explícita o implícita.

Las madres y los padres nos quedamos con cara de lelos, embobados, atontados, como si algo aconteciese ante nuestras narices y fuésemos incapaces de entenderlo del todo. Solo notamos que nos caen pedruscos, y marrones sin saber de dónde provienen.  

Quizás me equivoque, pero intuyo que por muchas razones[1] somos la generación de padres que más cerca hemos intentado estar de nuestros hijos, más flexibles y tolerantes hemos sido y como un búmeran nos ha golpeado con fuerza. Es cierto que la cercanía se ha confundido, a menudo, con la falta de autoridad. Nuestros hijos no son nuestros amigos, son hijos y viceversa.

La cuestión es que, tal vez porque creíamos que lo hacíamos sin las limitaciones que nuestros padres, estábamos convencidos de que lo hacíamos mejor y eso debía dar sus resultados. Podemos acabar siendo una generación de padres frustrados, y no porque no se espabilen y encuentren un lugar en el que sobrevivir en esta sociedad, sino porque no los vemos felices, y tal vez aspirábamos a esa entelequia. Éramos idealistas, nosotros los padres cuando éramos jóvenes y hemos seguido siendo hasta que nuestros hijos nos han dado un baño de realidad en lo que más nos duele: el sufrimiento y la infelicidad de ellos.

Nunca se hace lo suficiente, o ellos lo reconocerán cuando tal vez ya no nos sirva de nada a los padres. Y lo más terrible, es que la vida de nuestros hijos será cambiante, fluctuante y aparecerán dificultades que nunca te hubieses imaginado, y ya no podremos hacer nada como padres, más que romper el cordón y dejar que sobrevivan a su manera, aunque nosotros entendamos que por ahí se van a dar más duro aún.

Decía Khalil Gibran que los hijos no son nuestros sino de la vida, me pregunto dónde ha estado “la vida” todos estos años, …


[1] La revolución digital en la que ellos ya han nacido, la cultura de la imagen y de una competitividad muy acusada, junto a una juventud que tiene condiciones de vida muy precarias, a la que ya no la distingue cursar un grado universitario, porque a eso han accedido muchos más jóvenes. Para situarse con cierta dignidad, necesitan idiomas, másteres y una especialización que no tiene fin. Tanta exigencia externa puede provocar que las familias se conviertan en el lugar para “subir a respirar”, o a dar bandazos de rabia a diestro y siniestro.

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