Siento un cosquilleo cuyo surco desemboca en mis labios arqueando una sonrisa que ilumina mi rostro, y ahí resto encandilada. Mas, al apercibirme de que ese hormigueo no es sino tu cauta, silente y discreta retirada se desorienta mi mente, confusa y turbada hasta que aprehendo que el roce de tus dedos me advierte de
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Se está produciendo un fenómeno, quizás aún incipiente, en las sociedades más ricas que ha despertado mi interés y creo que debería ser motivo de reflexión: la equiparación de los animales de compañía a los niños. Formulado así puede resultar algo extremado, pero detengámonos en algunos datos observables que son indicadores del fenómeno mencionado. En
Estaba absorto contemplando las luminosidades navideñas. Sus ojos se fundían con esas chispas coloridas que le llevaban a un lugar ajeno al mundo. Y se sentía bien, en ese espacio resplandeciente y sin claroscuros. Pero como nada dura eternamente, según dicen, sintió un tirón brusco de alguien que se había agazapado a su abrigo, y
Uno de los bretes a los que se enfrentan las sociedades laicas es la delimitación entre lo legal y lo moral. Es una dialéctica presente desde hace años pero que intuyo sigue sin ser resuelta ni nítidamente diferenciada. Aunque los criterios éticos deben estar en el fundamento de lo jurídico, cuyo objetivo es impartir justicia,
Quien siendo hija es además madre se ubica en la encrucijada de crear una figura singular que, sintetizando lo bueno acogido y rectificando los fallidos gestos, sea capaz de dar lo justo y no excederse en evitar a sus hijos el daño. La complejidad es exponencial cuando la vivencia de lo parental es la ambigüedad
Ser madre, no solo es amar irremediablemente, sino recibir el querer más genuino y espontáneo que puede ser entregado. Cierto es que nunca dejamos de ser madres, y por ello debemos asumir que la manera de ser hijos cambia, porque su necesaria y deseable autonomía nos convierte en personas amadas pero prescindibles. Y esto, que
Titubeamos en los juicios de la propia historia, indecisos, confusos; pero cuando los que nos siguen se sienten pletóricos, se extiende un reconocimiento benévolo sobre nuestro hacer, ser y tenacidad en la existencia.
A veces cabizbajos, otras con la sonrisa de quien se sabe necesario, pero siempre dispuestos a encajar el exceso de rabia que nos asestan los hijos que se autoafirman y crecen. A veces dolor, pero nunca maldad en sus desaires, es una suerte de apoyo imprescindible que les cedemos con la entereza de ser padres.
Se van los hijos, incluso antes de irse se van, restando tiempo en la casa familiar mientras algunos aspectos maduran y la vida les permite su autonomía plena. Es un gesto doloroso parental, no inmiscuirte porque así lo han exigido, ser testigo de esa ambivalente suficiencia y mantener ante todo el amor, limpio de reproches
Si languidecemos, postrados y abatidos, en la contienda por sostener la dignidad de una vida que no precisemos ocultar a nuestros hijos, ¿qué les resta firme y con fundamento de nosotros? Y esa dignidad no es la de la virtud inquebrantable, que todos somos humanos, sino la de la honestidad y la buena voluntad que