El huracán que desató un macho cabrío.

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CUENTOS PARA NO DORMIR.

Empieza a soplar viento. Lo siento como un masaje suave en la espalda que parece arrastrar toda la inmundicia acumulada tras estos días de intenso calor. Un ardor físico, es decir que se expande como corporalidad. Sentido, pues, por la totalidad de mi ser, y no únicamente por las altas temperaturas meteorológicas, sino por los sucesos y acontecimientos que nos atraviesan como individuos y como comunidad.

Observo cómo ese aire dinamiza el espacio que ocupo, los papeles revolotean como si quisieran huir quejosos, los ornamentos colgantes se balancean y amenazan con dejar de cumplir su cometido. Todo parece revolucionarse, intrépidamente, aventurando cambios, líneas infranqueables que ya no dejaremos cruzar.

Posiblemente, esta brisa sea el preludio de un huracán furioso y malherido que reacciona sin remedio ante los aires, la arrogancia y la petulancia de los que se consideran intocables. Entes protegidos por poderes subrepticios que no conciben su decapitación.

Sin embargo, esta corriente que con su movimiento traslada cuanto hay, que debe ser renovado no atiende a intimidaciones, y con la fortaleza que aumenta por su propio dinamismo devastará lo retrógrado, malsano y a cualquier macho cabrío que halle en su fluencia, sea moreno o rubiales.

Debe ser percibido y asumido como una vía abierta por ese soplo gigante que ya es inexorable. Solo hay que dejarse llevar por el vaivén del viento, bailar a su son, con determinación, sabiendo que somos un huracán, y que estos no se amilanan porque ni olvidan ni perdonan a todos los que han impedido el saneamiento de un hacer putrefacto y nocivo.

Por todas las «Jennifer Hermoso» que siguen sufriendo la lacra del patriarcado machista

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