“Quiero, pero no puedo”. A veces, cuando me pongo supinamente quisquillosa, me pregunto si este querer, que se frustra en el no poder, constituye un auténtico querer. Es decir ¿no será que quiero X, pero no quiero llevar a cabo el proceso -le llamaremos Y- necesario para conseguirlo?
Esta autocrítica es pertinente si consideramos que, a menudo, experimentamos el deseo de haber obtenido X, que serpentea insidiosamente por mi mente, y revolotea cual mariposa que nunca apreso, sin desear para nada el sacrificio Y, que comporta, la consecución de X.
Esta actitud, mía y de algunos que leais estas letras, es una especie de ejercicio de autoflagelación que nos permite victimizarnos. Nos sentimos inermes ante el reto que nos hemos propuesto, que por otra parte parece que se va gestando como un entramado de ideas casi espontáneamente. Si es así, ¿no será que estamos faltos del auténtico deseo? O que nos gustaría que por arte de magia halláramos escrito el volumen que tanto añoramos escribir?
Es una lucha entre el querer la cosa, pero no el esfuerzo que supone alcanzar la cosa. Cuando me apercibo de ello, siento el contagio de las generaciones actuales que han crecido clicando un botón para obtener lo deseado, y siento envidia, envidia de la sana.
Cierto es que hoy en día existen aplicaciones de Inteligencia artificial que podrían ahorrarme esfuerzo, pero ¿qué mérito y autosatisfacción obtendría si, manipulando hábilmente determinados sistemas, lograse un aceptable manuscrito sobre lo que llevo tiempo soñando escribir? Me sentiría una impostora, y no sería ningún síndrome, sino una observación ajustada.
Me enfado conmigo misma por tanta desidia. Tal vez, sea una inapetencia fundamentada, pero que no me conduce sino a más desgana. También sé, que a menudo necesito un tiempo más o menos largo en el que las ideas pululan deshiladas por mi mente, pero insistentes, y que en algún momento la conexión que como una chispa se produce me otorga el empuje y la fuerza para materializar lo que me parecía un hito inasumible.
Los avatares de la existencia son impedimentos más consistentes que nuestra propia fortaleza, y deambulo como si estuviese beoda de un conflicto a otro intentando resolverlos, como si ese “complejo de Jesucristo” me estuviese reclamando para tareas más elevadas que escribir -y eso que soy atea, en el sentido ordinario del término- .
Sé que me llegará el día. Aquel en el que con tenacidad me hunda en las lecturas que van a permitirme disponer de más herramientas conceptuales para dar una interpretación de la experiencia humana, que es única y universal -en términos zubirianos-.
Cuando llegue ese momento, seguramente estaré exhausta, pero podré decir que lo he logrado y os haré partícipes de ello.

Estimada Ana, estoy segura que tendrás toda la energía e inspiración que quieres,
además de lograr todo lo que te propongas.
Un abrazo
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Gracias, Elvira
… Ya veremos!
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