LAS HORMIGAS HUMANAS.

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Somos como hormigas que corretean cada una a lo suyo, esquivándose unas a otras por dirigirse sin sentido por vías opuestas. Aparentemente todas iguales: desnortadas, apresuradas y caóticas. Sin embargo, los expertos, destacan la laboriosa organización social de esta especie insignificante, en la que cada individuo está y es en función de la supervivencia colectiva:

Nosotros como humanos, vista desde el aire la algarabía de una gran urbe tendríamos dificultades para captar alguna lógica en el ir y devenir de unos y otros, al igual que nos pasa con las hormigas que operan alrededor de un hormiguero. Observamos individuos que parecen tener un propósito inmediato, a causa de la celeridad que los impele, sin ser capaces de apercibirnos de cómo formamos una red de peones que se movilizan en función de un fin. Una diferencia con las hormigas podría ser que los humanos gracias, o no, a nuestra conciencia nos creemos que los que hacemos es por nosotros, como si fuésemos individuos independientes que toman decisiones. Nos cuesta detectar la telaraña en la que estamos impregnados y más aceptar que eso sea así. A las hormigas no les importa; tengan o no conciencia parecen asumir con plenitud su naturaleza.

El problema para los humanos es que no podemos reconocernos en una naturaleza que tienda a anular las capacidades más específicas que nos diferencian y, en consecuencia, nos rebelamos contra cualquier relato sobre nuestra sumisión inconsciente a un sistema. Necesitamos creernos libres y autónomos. Y como la cultura, al igual que la naturaleza, es muy sabia ha ido gestando formas de vida en las que esa sensación de libertad sea posible y además se estimule, para nuestro contento y goce. Aunque no sea veraz.

Es, precisamente, esa capacidad racional, de análisis y de tomar distancia de nosotros mismos, la que nos puede proporcionar esa conciencia de estar atrapados en un enjambre tan bien diseñado que ni lo percibimos.

Una hormiga no padece por su condición. El humano es alguien que, sin disponer de una noción nítida de su condición, no puede admitir ninguna que sienta como limitante o castradora. Así, se pasa el tiempo negando. La negación conforma claramente nuestra condición, tal vez, porque no admitimos no ser dioses, y aún menos vivir como marionetas inconscientes de los hilos que las mueven.

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