Relato: LA TRISTEZA.

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Las expectativas se habían truncado por el momento de la peor manera posible: súbitamente y con palabras que ahora resultaban huecas. Su rostro era una determinación singular de la tristeza. Una palidez propia de quien aún no acabar de dar crédito a lo sucedido. La mirada apagada, sin ese brillo que destilaba antes, vacía y desolada. Semblante pálido y la expresión de una profunda decepción y tristeza.

Esa era la cuestión, un sentimiento que horadaba su autoestima y perforaba su ser, triste, ahora vacío y del que asomaba tímidamente rabia, odio y la constatación de que el vínculo había reventado por el engaño.

No obstante, procuraba sostenerse desafiando el mayor contratiempo que había experimentado hasta entonces, por su juventud. Continuaba con su rutina intensa de trabajo, salía con amigos y hacía un esfuerzo titánico por proseguir como si hubiese experimentado un tropezón cualquiera. Convencido de que dejarse abatir por la tristeza era un signo de debilidad y victimización; aunque ignorante de que solo el llanto que reprimía podía descargarlo de un peso que no le pertenecía, y le haría más liviano reconducir su vida de la manera más benéfica para él.

Todas las emociones que se hacinaban en su interior iban configurando un artefacto explosivo que solo aguardaba el detonante oportuno. Quizás acabara por devastar el rostro de quien lo había menospreciado, quizás serían otros rostros: esos que velaban por él desde su nacimiento y que sufrían su silencio con una impotencia descuartizadora.

Sea como fuere, le quedaba una lección por aprender: cuando somos heridos en lo más hondo, tenemos la necesidad de gritar al viento, de anegar de lágrimas el lugar que elijamos para la descarga, pero, en cualquier caso, es conveniente desprenderse y manifestar esa maraña de emociones que nos genera un daño sustantivo. De lo contrario, restará como amargura agriada en cada gesto, en cada guiño. Y con el tiempo, como un bumerán que implosionará destripándolo.

Todos sufrimos episodios similares, reveses insospechados; lo importante es gestionar las emociones sin represión, vomitándolas sobre la alfombra más próxima, sin reparo ni recato, porque en ello nos va la salud mental.

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