La humanidad como distopía: ¿es inevitable?

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Algunos sostienen que vivimos en el mejor momento de la historia, gracias al progreso que la ciencia, la tecnología y la misma declaración universal de los derechos humanos demuestran. Aquí sostengo una hipótesis opuesta: la historia de la humanidad es una distopía, en cuanto a mayor progreso y mejora de la cultura, más deshumanizadora es la vida, y aquí es fundamental recordar que la humanidad no es solo occidente. Veámoslo:

El mundo como materialidad sujeta al cambio -degeneración y regeneración; lo humano, como parte de esa materialidad, que se halla co-determinado y en interdependencia con lo Otro -el mundo y los mismos humanos-; ambos hacen comprensible que la lucha por la vida sea conflicto, el cual consiste en la afirmación de cada cosa, en oposición a las otras, en el mantenimiento de unas en detrimento de las otras.

Sin embargo, ignorar que el humano es una corporalidad diferente a otros cuerpos sería una explicación muy escasa. Lo corporal en el humano se manifiesta también con unas capacidades de pensar y sentir que lo diferencian del resto de seres. Como corporalidad somos en relación con los otros, me reconozco en los otros y viceversa, por eso puedo llegar a tener conciencia de mi condición. Sin los otros no podríamos desarrollar esas cualidades que nos hacen notoriamente distintos a otras especies, y que a su vez son particulares en cada individuo.

Esta última apreciación da cuenta de la sociabilidad intrínseca que nos lleva a necesitar de los otros y, por ende, de que la vida en sociedad no es tanto una elección, un pacto, como una necesidad que se va materializando.

Ahora bien, el conflicto sigue inscrito en las relaciones humanas en la lucha por la supervivencia, y aún más: en la lucha por el poder hegemónico que pasa por la posesión del poder económico. Este último opera de tal manera que se retroalimenta y aumenta en proporción, o desproporción, a su favor, con relación a la escasez de los otros. Obviamente, esta situación de injusticia y desigualdad que como humanos podemos constatar, reconocer y definirnos al respecto, conlleva para muchos la necesidad de una reflexión profunda sobre las relaciones sociales, políticas y económicas que deberían ser transformadas para que cada individuo poseyera unas condiciones de vida dignas.

En este sentido, y asumiendo el conflicto como el elemento que jalona la existencia de la diversidad, singularidad y el necesario respeto de esta pluralidad individual y colectiva, la tarea consiste en dilucidar cómo del conflicto puede emanar una transformación que sea emancipadora.

Si tenemos en cuenta que las discrepancias siempre van a estar presentes y que con ellas debemos buscar formas de organización social que sean beneficiosas para todos, solo nos queda admitir que la democracia como forma libre de acción social y de interacción debe ser el fundamento a partir del cual se creen instituciones que garanticen el marco democrático, siempre con el propósito de que lo formal no sustituya a la vida misma democrática.

Este planteamiento podría ser asumido por pensadores españoles que vivieron la guerra civil y el exilio como Zubiri, Zambrano…Ahora bien, llamémosle esperanza, por no calificarlo de utópico, ya que bien sabemos que los humanos no aprendemos de la historia, antes ejercemos la violencia entre nosotros con mayor sofisticación e hipocresía que antaño, en parte por el desarrollo científico-tecnológico que nos permite la destrucción a gran escala, aunque localizada y afinada.

En este sentido los conflictos y las luchas geopolíticas en llamas son la expresión más evidente de que a pesar de nuestra sociabilidad el hombre es un lobo para el hombre. Además, por mucho que se intente aparentar que cada Estado defiende a sus ciudadanos y todo ataque está orientado a la protección de los suyos, sabemos que en pro de beneficios económicos de los que aglutinan el poder económico, los estados permiten que sus ciudadanos sean sometidos a engaños, manipulaciones e incluso sean usados como conejillos de indias para experimentaciones que posteriormente pueden reportar riqueza a las multinacionales que los planean y realizan.

Es decir, parece que el resquicio que nos queda para dignificar las vidas es la proximidad de nuestros conciudadanos y de aquellos que llegan desesperados y arriesgando sus vidas buscando la dignidad y oportunidades que no tienen en sus países de origen. En este sentido, y como todo lo que está bien fundamentado, si aún mantenemos la esperanza de algún cambio para mejor, el lugar de batalla está en nuestros barrios, con nuestros vecinos y en nuestras ciudades. Hagamos de nuestro entorno un lugar para vivir, donde cada individuo encuentre su lugar y demostremos cómo es posible crear una sociedad más democrática, justa e igualitaria sin discriminaciones de ningún tipo. Si el desafío de cambiar nuestros barrios nos parece una quimera, entonces podemos esconder la cabeza bajo el ala e intentar persistir como si nada fuese con nosotros.

Es cierto que este último resquicio puede resultar como un consuelo de ingenuos, pero también lo es que, si no actuamos por nuestras democracias en la proximidad, no hay ninguna otra posibilidad de cambio. De abajo a arriba, como sostendría María Zambrano.

“Mas, en cambio, si el ser persona[1] es lo que verdaderamente cuenta, no sería tan nefasto el que hubiese diferentes clases sociales, pues por encima de su diversidad y aun en ella, sería visible la unidad del ser persona; de vivir  personalmente. Se trata, pues, de que la sociedad sea adecuada a la persona humana; su espacio adecuado y no su lugar de tortura”.

María Zambrano, 1958: Persona y democracia, Barcelona, Anthropos, 1988, pp. 133-136


[1] Según palabras de María Zambrano ser persona es lo propio de todo hombre previamente a su inclusión en una clase, y lo más decisivo hoy, lo que más nos importa

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