La expresión “fuerza de voluntad” que se usaba, abundantemente, hace unas décadas, tenía una connotación racionalista. Es decir, se entendía que la voluntad fuerte era aquella que actuaba sometida a la razón, que, a su vez, era la que indicaba lo que debía y no hacerse. Era pues un concepto de voluntad con efluvios claros de la concepción kantiana.
Tenía efectos positivos con relación a la capacidad de esfuerzo y de mantenerse en él, para lograr un determinado fin que se consideraba beneficioso. Por ejemplo, los individuos que en condiciones nada favorables trabajaban toda una jornada y simultáneamente cursaban una serie de estudios. Su ocio era casi nulo, ya que obviamente este se dedicaba a la formación. Eran jóvenes igual que los de ahora, entre los que sigue habiendo muchos que son capaces de simultanear ambas tareas, con sacrificio y esfuerzo.
Obviamente este exceso de voluntarismo tenía también sus efectos negativos, ya que imponía una autodisciplina que no dejaba lugar al disfrute, a determinadas vivencias, en cuanto la obligación ejercía un poder que ahogaba la vida.
Actualmente, referirse la esfuerzo y expresiones similares no tiene buena prensa – como si los propósitos se pudieran obtener sin él-. Sin embargo, esto es así porque se concibe la voluntad como una fuente de deseos y pasiones que no tiene por qué ser sometida a la racionalidad, al menos de una forma tan rígida y exigente como antaño.
Schopenhauer, por ejemplo, entiende la voluntad como una fuerza que nos mueve y nos dinamiza intrínseca a nuestra materialidad y corporalidad. Es un impulso ciego, incesante hacia la vida. Es voluntad de vivir y añade, en algún momento, que mientras estemos llenos de ella no tenemos que preocuparnos por nuestra existencia, ni siquiera cuando vemos de cerca la muerte. Ahora bien, en la medida en que hay una coincidencia plena entre cuerpo y voluntad, ya que el cuerpo es la manifestación de aquélla, solo nos queda conocer lo que queremos tras nuestras acciones -efectuadas por nosotros como cuerpos-, y ese querer es también nuestro carácter, nuestra individualidad. En este sentido, hay que tener presente que como querer es desear, y el deseo permanece mientras no está satisfecho, porque si deja de desear dejar de ser, de ser deseo, nuestra voluntad nos arrastra con fuerza a una insatisfacción permanente, fuente de infelicidad. En consecuencia, para minimizar el dolor y poder sentir placer, la intelección o la razón tiene una función importante. Al ser a través de ella que conocemos lo que queremos podemos intentar disminuir la intensidad de ese querer mediante unas orientaciones que nos proporciona el filósofo. La más eficaz será, según él, la vida ascética, es decir aquella que puede disminuir la fuerza del padecer, del sentir y mantenernos en un cierto estado de apatía.
Cabe destacar que Schopenhauer llega a una cierta paradoja al afirmar que los infelices son los que se dejan arrastrar por esa voluntad de vivir, que es un desear constante, intenso y frustrado, y, por ende, los que se suicidan es porque quieren demasiado la vida. Esto hay que entenderlo bien. Al no poder ejercer ningún tipo de control de su voluntad está al arbitrio de desear siempre y por lo tanto padecer y sufrir al no conseguir su objeto de deseo, que, aunque en último término sea vivir, se manifiesta a lo largo de la existencia con una diversidad de deseos encadenados. Por ello, sin voluntad no hay vida, pero entregados a su impulso ciego estamos condenados a sufrir, y por ello el cómo vivimos y la capacidad de ser austeros en el deseo, en las necesidades y en distanciarnos de lo que nos estimula el deseo vano, nos lleva a vivir más felices.
Obviamente ha habido un cambio sustancial entre la concepción de la voluntad que predominó hace años de corte kantiano y la que abunda en nuestros días que es relativamente más próxima a la de Schopenhauer. Pero yendo algo más allá, deberíamos mencionar la concepción de la voluntad que quizás está más presente, bien o mal entendida, que sería la de Nietzsche.
Aquí podemos recuperar esa fortaleza de la voluntad, pero ¡cuidado! No como sometimiento a la razón, sino como la libre manifestación y expresión de esa voluntad que es deseante, pasión, impulso y que debe estar presente en nuestra vida, porque es la fuerza que nos permite sostener la existencia afirmando la vida con lo que esta implica, el dolor y el placer. Una gran diferencia con los dos anteriores: la voluntad quiere la vida, es querer, pero sin condiciones, tanto en su dolor más intenso como en el placer, y solo quien afronta así su existencia es capaz de vivir auténticamente, siendo lo que somos: dolor, llanto, alegría, danza, canto. O sea, somos vida y no la adaptamos a nuestra cognición que la deforma, si no que nos entregamos a ella en bruto, tal cual es. Puede observarse que, para ser capaces de vivir de la única manera posible, según Nietzsche, la voluntad que quiere la vida es la que posee una fortaleza poco humana. En general, somos demasiado humanos porque no podemos dejar de huir del dolor y buscar el placer, como cualquier ser vivo. Sin embargo, aquel capaz de querer incondicionalmente, es decir dar rienda suelta a su voluntad, es quien vive plenamente, aunque esto signifique sentir las heridas en carne viva, y llegar incluso a quererlas como aspecto de lo que implica el vivir mismo. El error para él de occidente fue, entre otros, negar este aspecto dionisíaco de la vida que es placer intenso, y dolor si cabe más intenso, un deambular por un laberinto de pasiones que nos hacen sufrir y nos hacen reír y disfrutar.
En este sentido, Nietzsche habló de ese transhumano que era capaz de captar qué es la vida y entregarse a ella incondicionalmente. Es un proceso de dejar atrás lo más humano que es huir del dolor.
Retomando el hilo inicial del artículo, recordemos que hablábamos de la noción de fuerza de voluntad y de sus aspectos negativos y positivos que comportó, y de cómo asumiendo la tradición menospreciada de Schopenhauer y Nietzsche, hemos transitado a una concepción de voluntad y de vida que padece y disfruta sin contención, siendo ésta hoy en día la más extendida. Sin embargo, no podemos olvidar que tendemos a ensalzar la voluntad como pasión, deseo, disfrute cayendo en un falso hedonismo que cree satisfacerse con el consumo material. Un reduccionismo que desvirtúa absolutamente lo que desarrolló Nietzsche a lo largo de su existencia y, además, mostró con su propia existencia.
Hablar hoy de nihilismo, como la nada, asumiendo que todo es igual y nada vale nada, no es ser fiel al pensamiento nietzscheano. Y menos aún creer que la vida entregada a placeres inmediatos sistemáticamente es una forma nietzscheana de vida, y que quien no puede hacer eso no vive. La nada es el punto desde el que se eleva la vida, exenta de valor en sí misma, y querida sin embargo como tal. Un vivir sin sentido, que solo tiene el sentido de vivir tal y como se nos presente, asumiendo que sus derivaciones dependerán de cómo respondamos ante los contratiempos dolorosos: si nos entregamos al dolor con fragilidad y lamentándonos como víctimas impotentes, la vida nos hundirá cada vez más en la mediocridad y la miseria. Si, por el contrario, somos capaces de mirarla de frente y sostener el dolor, seremos individuos con posibilidades de disfrutar plenamente de la vida y carcajearnos de los aspectos negativos de ella.
Concluyendo, la voluntad como manifestación de la corporalidad, es decir cuerpo es el núcleo a partir de cual hay vida, dinamismo. Saber cómo existir con un querer tan intenso, y si la racionalidad tiene su función y cuál es, condicionará la forma de vida que tendremos, una licuada u otra auténtica.
Ciertamente, en el contexto que cada uno se halle debe ser capaz de captar cuál sería el hacer que sostiene la vivacidad y la afirmación de la vida en sí misma y sin condiciones. La tarea ingente es pues de cada uno.

Creo que la fuerza de voluntad no condiciona ni al disfrute, ni al placer, por el contrario creo que es complementaria, en un todo de acuerdo con el Taoismo (la complementariedad). Creo que a veces esgrimimos teorías que se contradicen con la realidad, basándonos en quien la dijo y acudiendo a un sin numero de fuentes, que por su origen te suenan a cultas y con autoridad sobre el tema.
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Gracias por leer y comentar
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