Enfermedad mental, locura y coraje abisal.

6 comentarios

Entre los grandes propósitos, que están en boca de muchos como por ejemplo los medios de comunicación, está velar por la salud mental de los ciudadanos. Aquí encontramos el primer equívoco, o, si somos más agudos, el primer engaño que nos quieren inocular. Si la sanidad pública no atiende, con un mínimo de decencia, las enfermedades mentales y socialmente el estigma que recae sobre ellas sigue patente, ¿Cómo se va a velar por la salud mental? Si el término es cuidar la salud mental, estamos hablando de prevención ante cualquier enfermedad, pero si no hay prácticamente ni tratamientos ni atención psiquiátrica y psicológica a los que ya padecen y se hunde en el abismo de la enfermedad ¿con qué cinismo se menciona la expresión salud mental?

Esta es una cuestión nuclear en la sociedad actual. La necesidad de acudir a profesionales que se ocupan de enfermedades o trastornos mentales ha ido en aumento, y se intensificó mucho a raíz de la pandemia. El aumento de los suicidios en general, y en particular en adolescentes y jóvenes, no es más que el resultado de una falta de asistencia médica en condiciones. Un psiquiatra que está recetando fármacos a sus pacientes no puede ser que los visite cada tres meses. Quien necesita medicación, y así debe ser si el psiquiatra se lo ha recetado, necesita un seguimiento, al menos mensual, para ir detectando cómo evoluciona el paciente, ya que la respuesta a los fármacos es siempre singular. No hay un antidepresivo que le haga el efecto deseado a todo el que padece depresión, como es obvio. Si, además, esta carencia en la asistencia psiquiátrica se acompaña de una escasez de atención psicológica que se produce cada mes y medio o dos meses -siendo optimista- ¿De verdad hay algún profesional de la salud mental que haciendo honor a su código deontológico pueda admitir que esto es un tratamiento? Los enfermos que tienen alguna posibilidad de mejora son los que pueden acudir a los centros privados, con lo que la ecuación enfermos mentales= pobres=excluidos, es correcta. ¿Nos hemos preguntado alguna vez cuántas de las personas sin techos padecen, además, problemas mentales?

Es decir, hablar de salud mental es referirse, o debería ser, a la prevención, ya que todos somos susceptibles de padecer una enfermedad mental a lo largo de nuestra vida. Si de lo que hablamos es de enfermedades, entonces estamos ya en el ámbito de lo clínico que a nivel público es una auténtica vergüenza. La falta de profesionales y recursos es patente, pero además la actitud de muchos de estos profesionales que son conscientes de la impotencia de que con esos medios nada funciones, acaba siendo de una indiferencia insultante ante los pacientes. Cubren el expediente, pasan la consulta y parece que su función acaba aquí. No se enfrentan al departamento de salud para explicitar que con los medios que tienen no pueden ayudar a nadie. Callan, otorgan y aquí no pasa nada. No recuerdo ninguna protesta ni huelga de los profesionales de la salud mental pública desde que tengo uso de razón -y esto ocurrió hace más de medio siglo-. Aquí hay una corresponsabilidad, por omisión, silencio y pasividad.

Por otra parte, las enfermedades mentales siguen siendo absolutamente incomprendidas socialmente. Los mismos profesionales de la privada aconsejan a sus pacientes que no expliquen lo que tienen. La comparación con enfermedades de naturaleza física impulsa a enfermar mentalmente más aún. Nadie tiene que dar cuenta, ni llevar la radiografía en la boca, si se rompe el fémur; si padece un cáncer u otro tipo de enfermedades físicas, porque nadie los cuestiona, ni los margina. El estigma que recae sobre los enfermos mentales sigue siendo el desatinado término de “loco”, de apartarse por miedo o por si fuese contagioso, o incluso poner en duda si la persona está fingiendo tener una enfermedad que no tiene para no trabajar. Una cruz en toda regla, vaya.

Creo que uno de los grandes errores ha sido intentar ubicar dentro de las ciencias de la salud, como si fuesen equiparables a cualquier otra disciplina médica, la psiquiatría y la psicología.  No hay demostraciones mediante pruebas diagnosticas tipo escáneres, resonancias magnéticas u otras que certifiquen, sin lugar a duda, que hay una enfermedad mental. Los estudios de la neurociencia son muy recientes, y si hubiese alguna conclusión fiable extraída a este respecto, no son, para nada, pruebas que se utilicen en la práctica clínica para diagnosticar, ni en el sector público, ni en el privado. Con lo cual, son enfermedades invisibles, vaporosas e indemostrables que solo se constatan mediante el malestar y el sufrimiento del paciente -que acostumbra por derecho a guardar en su intimidad- o por conductas que se consideren anormales.

Muchos enfermos mentales cambiarían encantados su disfunción mental por una enfermedad física observable médicamente. Todo sería más fácil con los mismos médicos y socialmente. Para rematar la cuestión, cuando un paciente está de baja laboral solo se consideran válidos los informes realizados por la sanidad pública; sí, esa que los tiene abandonados y no los trata como necesitan. Los profesionales de la privada están desacreditados por la sanidad pública para certificar nada. ¿Cómo se les deja ejercer? No me resulta muy coherente. O es que ¿Son más sobornables que los de la pública y podrían diagnosticar lo que el paciente pagando demandara? ¿Trabajar en la salud pública te hace más honrado? No es la experiencia que tienen muchos, ni los mismos funcionarios de otros sectores son ningún ejemplo de no ser sobornables.

El tema es serio, porque los problemas mentales solo irán en aumento en los próximos años debido a la falta de asistencia mínima de estos pacientes.

Estos últimos días he leído el libro de Ángel Martín “Por si las voces vuelven”. Es su experiencia, tal y como él ha querido contarla. Sin embargo, no me resulta un libro adecuado para aproximarse a la problemática de la mayoría de los enfermos mentales, ni el uso reiterado que el autor hace refiriéndose a sí mismo como “loco” me resulta clarificador para que pueda entenderse qué es una enfermedad mental, así como el término manicomio. Hay terminología que está médicamente en desuso y que socialmente hay que erradicar.

Un esfuerzo por profundizar en la génesis de la enfermedad mental lo expone el psiquiatra Fernando Colina, el cual mediante un recorrido por los filósofos que se ocuparon del ansia del humano por conocer el mundo y a sí mismo, muestra cómo cuanta más necesidad de comprensión más se instala uno en la sinrazón, que por tantos años se consideró locura. Sin embargo, Colina es capaz de ilustrar que lo que tal vez se produce es una nueva manera de mirar el mundo que no huye del abismo, y que por eso mismo conduce a diversos pensadores en el punto limítrofe, considerado anteriormente, que ahora constituirá una forma nueva de no huir de lo más profundo.

“Siguiendo a Schopenhauer, Nietzsche devuelve el pensamiento a su condición carnal, al hecho decisivo de que se piensa con la vida más que con la lógica, con el cuerpo antes que con la razón.

La razón se convierte en el primer obstáculo para pensar. Fiel a su descubrimiento, Nietzsche siente la necesidad de un método nuevo, de una estrategia que permita desdecirse de continuo para evitar que las palabras cubran con su capa semántica los estratos que acaban de desenterrar. Nietzsche recurre al aforismo y a un continuo tironeo de opiniones opuestas cuya no contradicción obtiene al precio de su vida, desgarrándose en soledad, en cordura, en psicosis.”

Colina, F. “Escritos psicóticos” Ed. DOR SL. EDICIONES. Pp. 167.

Plural: 6 comentarios en “Enfermedad mental, locura y coraje abisal.”

Replica a Berto Guillén Cancelar la respuesta