Hay quienes están envueltos en una piel de serpiente, rugosa y árida. Demasiados. Otros están recubiertos de una fina epidermis que nos les aísla de la dureza del entorno. Si realizamos un ejercicio de introspección, cada uno de nosotros es capaz de reconocer su tipo de tegumento, y hacer recuento de cuanto contribuyó a la formación de este órgano imprescindible.
Somos individuos pasivos y activos de esa piel que nos encubre. Nuestra responsabilidad con los otros, que acabamos siendo nosotros mismos, es procurarnos conciencia plena de quiénes somos y de quiénes parecemos ser, asumiendo que lo primero que se percibe desde el afuera es esa cutícula que desprende su propio aroma.
La supervivencia nos ha llevado a desarrollar mecanismos de protección ante las inclemencias del lugar social que ocupamos. Estas reacciones han sido necesarias, sin embargo, una vez adquirida esa conciencia de la interdependencia e intersubjetividad que es condición de posibilidad de todo humano, ¿no deberíamos analizar qué tipo de epidermis se ajusta y se adecua a cada circunstancia? Ser poseedor de ese conocimiento es una larga y accidentada travesía de la que no deberíamos zafarnos.
Nuestros tiempos son muy iconográficos, mas cada reflejo exige una repuesta por nuestra parte. Nunca deberíamos habituarnos a ver niños ensangrentados, gritando al vacío, solos y olvidados, porque nuestra indiferencia o el simple gesto de retirar la mirada nos hace cómplices de esa barbarie.
Es cierto que nos abruma la impotencia, la cuestión punzante de ¿qué puedo hacer yo ante ese panorama del que para nada soy secuaz? No tengo respuestas claras, yo misma me hundo en ese abismo de locura; pero sí que desde el lugar social que ocupamos, unos con más influencia y otros con menos, deberíamos alzar ese alarido de tantos niños olvidados a fin de que siendo su eco, el mantra que señala y culpabiliza a los principales responsables no deje de retumbar cotidianamente, hasta que esos desalmados exploten por la imposibilidad de continuar achacados por esa cantinela apabullante. Usamos redes sociales, algunos con mucha habilidad saben captar la atención de millones de personas, pongámoslas al servicio de esas criaturas, que son únicamente víctimas incapaces de comprender a qué mundo han venido. Tomemos las calles, pero por esta vez no para exigir mejoras particulares, sino para dibujar una vista aérea de movimientos tiznados de negro, que dinámicamente bloqueen las ciudades. Estos actos siempre afectan los intereses de los que tienen más poder. ¿Os imagináis la ciudad de Barcelona vestida de negro y con millones de hormigas desorientadas bloqueando cualquier actividad? Y París, Bruselas, Berlín, Londres, Buenos Aires, Santiago de Chile, Tokio, Pekín, Ancara, Teherán, Rabat, …Tal vez, eso provoque tal colapso que nos encontremos desabastecidos, como ellos, apaleados por las fuerzas del orden, como ellos por los misiles de los militares que acostumbran a provocar más desorden, y en definitiva, según el grado en el que nos afecte a nosotros, los gobiernos e instituciones internacionales y multinacionales presionarán para retomar el estatus quo que les enriquece. Bloqueemos su riqueza, y quizás salvaremos vidas.

Preciosa fotografía.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Paz para todos…
Me gustaMe gusta
Salud, paz y amor para todos…
Me gustaLe gusta a 1 persona