La apatía estoica –el no padecimiento- estaba orientada a la indiferencia, ese estado en el que no se siente ni inclinación, ni repugnancia hacia cosa alguna, lo cual posibilitaba esa felicidad a la que podía aspirar el humano. Si obviamos el contexto en el que tuvo lugar esa forma de percibir la vida deseable, seguramente
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La estancia se extendía a lo largo de unos trescientos metros cuadrados en forma rectangular y alargada. Sus habitantes solo ocupaban la mitad del espacio, separando la zona habitada por medio de una puerta ocluida, como si de un intestino se tratara el conjunto, que permitía su desbloqueo a voluntad. Pero, cierto día a raíz
Si de nada sirve un soponcio derivado de la frivolidad de un gesto, ¿para qué padecer una corajina por la insustancialidad de otro, nítidamente ajeno? Más avispado es quien retorna indiferencia, es decir no reacciona ni se afecta, a la veleidad de aquel que carece de subjectum, y no puede ni vislumbrar en qué consiste
La sensibilidad humana se satura de las tragedias que él mismo provoca. Existen, de hecho, situaciones de explotación, muerte, maltrato, inanición, que siendo estructurales, se convierten en el testimonio doloroso de una maldad inconcebible. Habiendo superado cualquier atisbo de idealismo, sabemos que no cesarán, porque son la condición necesaria para que los que vivimos en
La indiferencia no es ni menosprecio, sino la actitud de quien no se inmuta ante la presencia ajena; deviene así el peor de los tratos, la absoluta nada mostrada al gesto del otro.
El mayor agravio y desprecio es la absoluta indiferencia.
Hallarse en la encrucijada, reducida por la cotidianidad a gestos banales, de conceder un perdón no demandado, o sostener el estoicismo ante quien parece reclamar afecto, sin apercibirse de que recurre a las piedras que gestó, es el calvario pertinente de quien permanece acompañando en la muerte a un ser egocéntricamente enfermo, insensible o quizás
Observo manadas por la geografía mundial, no de animales, sino de personas revestidas y tratadas como animales. No pienso, se me obtura la mente. Ahora sí, reaccionan las neuronas. Recuerdo filmes sobre genocidios, como denuncia de lo que no debería suceder más. Vuelvo a mirar la pantalla. Dudo si no es otra película de
Todos somos el rastro de los que nos han precedido, no solo en el redil familiar sino, del acervo social y cultural del que nos hemos nutrido copiosamente, seamos conscientes o no. Por ello, cada idea, pensamiento u ocurrencia es relativamente original, ya que desde el instante en que resueltos y desprendidos de todo vínculo
El espacio recorrido –distinto al reseguido- se acompasa de un tiempo que transcurre inexorablemente al punto final. Ese tramo vital nunca es aséptico, por mucho que el lenguaje permita esta indiferencia.