Liberarnos de quien nos esclaviza.

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Una de las experiencias de auténtica liberación para cualquier individuo es desembarazarse de los que los otros esperan de él. Este logro es especialmente importante si hay algún tipo de vínculo fuerte entre ambos -el individuo y esos otros-. En contextos de este calado el individuo siente una presión enorme para satisfacer ese esperar ajeno que, a menudo, tiene que ver con lo que los otros quieren que sea, y menos con lo que el individuo quiere ser. Se siente moldeado para ser aceptado y reconocido, puede negar su propio querer, apropiándose del ajeno como si fuese el suyo, y con el tiempo se convierte en un individuo vacío incapaz de identificar su deseo o querer. Siempre ha interiorizado lo que los otros esperaban y no ha explayado su sentir, su pasión y su querer. A veces queda tan sepultado que es imposible hallarlo.

Esto hace del individuo alguien tremendamente dependiente en su recorrido vital, sus afectos y su autoestima. Es una forma de maltrato por parte de los otros, aunque no esté catalogado así, que impide el desarrollo de la persona que resta bajo las ruinas de las frustraciones ajenas.

Además, quien crece en estas circunstancias tiende a relacionarse con los que no tiene un vínculo tan intenso de la misma manera. Así, está siempre pendiente de lo que se esfuerza en averiguar que esos otros esperan de él, para no decepcionar, integrarse y ser aceptado.

La resultante es una existencia en la que el individuo se siente como fuera de sí, o con un sí mismo hueco que debe llenar de las querencias implícitas o explícitas de los otros.

El proceso de liberación necesario para que el individuo se reencuentre o se descubra no es fácil, sin embargo, es imprescindible para su paz, su sosiego ya que la exigencia externa que ha interiorizado le hace vivir siempre en falta, siempre sin llegar a ser lo que recibe que debe ser. Y esta esclavitud acaba con el deseo mismo, con la fuerza y la capacidad de resistencia de cualquiera.

De esta forma, liberarnos o emanciparnos -en un sentido más social- implica trascender el momento presente para intentar convertirnos en observadores externos y darnos cuenta de qué está sucediendo. Este ejercicio es un esfuerzo ímprobo, si no contamos con la ayuda de alguien que se halle realmente fuera del lugar. Pero es simultáneamente el acto de liberación más genuino que podemos realizar cada uno de nosotros, y tras el cual se sucederán otros gestos de autonomía que ni tan solo hubiésemos imaginado.

La necesidad de liberación colisionará con la resistencia ajena que quizás nos ha sometido sin plena consciencia de lo que estaba haciendo y puede considerar nuestra fuga, un acto de irracionalidad. Aquí, es importante que no se produzcan rupturas bruscas, y que se intente explicar y procurar que el otro comprenda que nuestra necesidad de autonomía impone esa distancia que trazaremos para poder liberarnos.

Si lo pensamos con detenimiento, la mayoría hemos pasado por fases de estas que, aunque dolorosas en el momento, posteriormente se han revelado como un punto de inflexión crucial en nuestra autonomía, deseo y querer.

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  1. La claridad con la que diseccionas tu razonamiento sería suficiente, de entenderla. Lo individuos que se sienten” esclavizados por las expectativas de ellos hacia su persona, suelen carecer de esa lucidez. Normalmente esa esclavitud está más dentro de la casa, hijos, pareja o madre, hermano emocionalmente inestables que consiguen ese corte tajante del “se acabò”. Buenos días Ana.

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