En nuestra sociedad -ese ente abstracto al que siempre le achacamos la culpa de nuestros males- hay algunos tópicos normalizados algo curiosos. Consideramos que aquel que se siente feliz en un momento determinado debe mostrarlo sonriendo; el semblante serio no se asocia en absoluto a un estado de felicidad. Sin embargo, bien pudiera ocurrir que, quien muestra seriedad se halla en un estado de emoción, que otros expresarían llorando de alegría, porque la intensidad lo tiene desbordado precisamente por esa euforia que le genera profundidad y solemnidad interior.
A pesar de esto nos cuesta captar y respetar la diversidad de formas que hay de expresar gestual y facialmente las emociones. Quien se siente contento debe sonreír y reír continuamente, aunque se sienta abrumado y cansado por la fuerza de sus emociones. Y, por otro lado, no sabemos percibir que hay quien se ríe a carcajadas y está teniendo una reacción algo histérica de un estado de dolor y pena.
Aprehender el estado emocional de una persona exige, a menudo, conocerla, sin aplicar estereotipos que en nada ayudan a la comprensión del otro. En este sentido las fotografías son a veces un testimonio poco fiable de cómo X persona experimentó una determinada jornada.
Tal vez, necesitemos mostrarnos sonrientes ante los otros para impostar una especie de felicidad que no es tal, y tengamos reparos en que los otros nos vean serios, como si se pudiera juzgar nuestra vida por esa seriedad, que por otra parte puede ser un signo de paz interior.
Dejemos, sin prejuicios, que cada uno se manifieste gestualmente como espontáneamente fluya, porque ese es él auténticamente, y su estado de felicidad o infelicidad es algo tan íntimo que solo lo sabe él y aquellos con los que lo comparte.

Sucede que en la mayoría de las ocasiones, acomodamos el semblante por aceptación social. Conviene en todos los casos reflejar felicidad a tristeza, así nuestro interior se desmorone de dolor.
Saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona