El «NO» en la familia, y en la vida.

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Durante la crianza, los padres nos encontramos con situaciones en las que decimos que NO a nuestros hijos. Las razones pueden ser diversas: porque sea algo que los pone en peligro, porque su conducta no se ajuste a convenciones sociales que si no se cumplen les comportará sufrimiento, porque creemos que hay situaciones que no son capaces de asimilar y nos les “toca”, porque actúan de forma agresiva con otros, …Sin embargo, hay padres que además de dar una negativa por respuesta intentan entender el porqué sus hijos insisten y reiteran determinadas demandas o comportamientos. Ese propósito de comprender las razones del niño respecto de sus demandas y, creyendo que se han entendido, responder de la manera que nos parece más conveniente, pueden ser interpretadas por los hijos, posteriormente, de manera muy dispar a lo que habían captado los padres. Y esa discrepancia se torna en un reproche por parte de los hijos por no haber sabido decir que no, sin tanta contemplación.

Hay Noes que deben ser enérgicos, dando razón para ellos siempre que el niño pueda entender algo. Otros noes, creo que exigen por parte de los padres un esfuerzo por entender la demanda de los hijos, y eso no es contemplación en un sentido peyorativo, sino deseo de aprehender que subyace bajo determinadas demandas y dar las respuestas adecuadas. Cuando los niños son dialogantes, desean entender los porqués, tal vez los padres deben intentar explicarlos, ya que siempre se asume mejor una negativa que puede entenderse que una que se recibe como una cierta imposición arbitraria.

Lo expuesto que parece, creo, razonable, no siempre tiene las consecuencias esperadas. Curiosamente, la voluntad de los padres de ser honestos y sinceros con los hijos, de que puedan entender las negaciones que se les dan, se vuelven con los años contra ellos porque siempre hay algo que hemos hecho mal, y algunos parecen expertos en identificar eso que supuestamente se ha hecho mal. Las generaciones de jóvenes, actualmente, se quejan de que hemos intentado entenderles.

Por el contrario, los que crecimos a base de gritos, golpes y ni una explicación sobre las contradicciones que todos los padres mostramos, seguramente maduramos antes, porque no fue la vida la que caprichosamente empezó a decirnos que no, fueron los padres a base de un trato que en muchas ocasiones era un maltrato. Quizás por eso quisimos educar a nuestros hijos de forma diferente: sin gritos -en la medida de nuestras posibilidades-, sin pegarlos, aunque siendo contundentes cuando había que serlo, lo cual no excluía que en el momento propicio intentáramos que el niño entendiese el porqué no podía hacer o decir determinadas cosas.

La vida va imponiendo negaciones que no son siempre comprensibles porque no tienen una razón, es cuestión de suerte, de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado, de tener otra procedencia familiar, y en definitiva de arbitrariedades que debemos tragarnos y seguir hacia delante. Tal vez, ya que la vida nos trata así, deberíamos haber empezado a tratarlos así desde la infancia y seguramente no tendríamos que oír los reproches que se clavan en el alma. Aunque, nadie se libra de eso, y probablemente recibiríamos los que han recibido, o no porque la relación no dio nunca lugar al diálogo, nuestros padres de nosotros. Entiendo que mucho más justificados porque se nos educaba, a veces, igual que a una mascota. Nuestro futuro estaba en sus manos, lo que nos correspondía decidir a nosotros, ellos se creían con toda la legitimidad de elegirlo ellos y todo lo hacían por tu bien, sin tener para nada en cuenta lo que tú pensabas al respecto. Los que se forjaron una vida diferente a la prevista por la familia fue porque se enfrentaron a ella. Hoy, a partir de una edad se intenta que sea el adolescente el que según sus intereses vaya abriéndose camino y se es, en general, mucho más respetuoso con las preferencias y decisiones que ellos toman y que costeamos los padres. Antes ni eso.

En síntesis, lo más difícil que hay en esta vida es ser padres, a veces también hijos, y por mucho que nos esmeremos en hacerlo lo mejor posible nunca será suficiente.

Ahora nos toca a los padres aprender, aunque sea atónitos, a encajar esos reproches que nos hacen nuestros hijos y que nos dejan tocados, sobre todo si crees haber puesto todo tu ser y esfuerzo en educarlos de la mejor manera. Cierto que no hay “una manera”, y aunque tengamos eso en cuenta y dadas las características de nuestros hijos queramos ajustar los límites a sus peculiaridades, tampoco será suficiente.

Tal vez, sopesado todo, salga más a cuenta dejar que se eduquen solos y darles un mamporro cuando se salgan de la línea trazada sin explicación alguna. O, quizás, como adultos ya maduritos debemos poder encajar críticas que nos resultan injustas pero que, a sus ojos, son errores nuestros que han hecho mella en su vida.

Ahí dejo la reflexión, sin tener una respuesta a esta interacción entres padres e hijos, que tan insatisfechos dejan a unos u otros.

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