La confianza: vínculo de lo comunitario.

La confianza que depositamos en alguien no es una decisión que podamos tomar a voluntad. Necesitamos palpar los gestos implícitos de quien aparece, y aparecer es, a veces, parecer, para aprehender lo que subyace de genuino y auténtico. Esto no significa que nos seamos todos ambiguos y contradictorios, pero para identificar ese vaivén de lo que es un humano de carne y hueso necesitamos cierta constatación de cómo acostumbra a deslizarse por el mundo ese otro; entonces sí, deberíamos reconocernos a nosotros mismo como ambiguos, fluctuantes, para aceptar que el otro también lo es. ¿Imposibilita eso la confianza? Si así fuese, nadie confiaría en nadie. Confiamos en los otros porque a pesar de nuestra condición mudable hemos podido vincularnos emocionalmente por un lazo de autenticidad. Hemos trascendido esa inconstancia que puede mostrarse ante los otros, y conectado con el núcleo más íntimo de quien, como nosotros, es como puede y no siempre como quiere.

Sin una confianza que vaya tejiendo lazos entre los individuos no hay comunidad posible; y sin esa microsociedad, la supervivencia en una macrosociedad resulta como mínimo inquietante. La confianza es la base de cualquier tipo de alianza, cooperación, y de respeto y reconocimiento mutuo. Reconocer el derecho y la dignidad del otro como un “igual”, sin jerarquías meritocráticas o carismáticas y menos aún de otro tipo. El reconocimiento de produce entre iguales, y ese paso allana el terreno para que se desarrolle la confianza entre los unos y los otros. Es, en cierta manera, como abonar el terreno para que sea posible la confianza imprescindible para la creación de comunidades, que, sin estar exentas de conflictos, tienen como punto de partida la autenticidad y como propósito el apoyo mutuo.

Generar dispositivos de apoyo próximos, desde abajo, es la condición de posibilidad para que las alianzas se extiendan entre otras comunidades hasta constituir una sociedad que se ha gestado desde la base hacia arriba. La consistencia de un tejido social de este tipo parece poder garantizar una democracia de base, en la que todo refluye siempre circularmente, para garantizar la participación y la implicación de todos.