Estar con los otros es la única manera de intentar vivir, sin embargo, a veces, la creencia de con quién puedes estar se convierte en un dardo envenenado. Mientras tú presupones, por lo que el otro dice, que las reglas del juego de vivir son unas, sientes a traición un quebranto de esas reglas implícitas, que te aguijonean por la espalda para que sangres, y no pare de borbotear esa rojez que sostiene la existencia.
Nos sucede por ingenuos, benevolentes y supongo que por un cierto deseo de que lo que parece utópico sea posible. Aquí la utopía reside en la convicción de que cualquier humano que te extienda la mano lo hace con buenas intenciones, ya que no hay motivo para que te ofrezca ese lugar al lado suyo y sin embargo te invita a sentarte. ¿Qué puedo yo tener que anhele el otro para ofrecerme su mano? Pues, aunque no tengamos nada, lo que le lleva al engaño puede ser lo que representemos para ese Otro. Y ese simbolismo le lleva, lleno de ira, a clavarnos la punta del dardo con ahínco.
Responsabilidad nuestra, por supuesto también del impostor, pero lo que se halla al alcance de nuestro hacer es lo propio, por lo que al margen de lo que el otro haga, solo disponemos de nuestra capacidad de distinguir las intenciones de unos y de otros. Sabemos que la utopía no es real, y acabamos convirtiendo, si no vigilamos, nuestra existencia en un prototipo burdo de distopía.
Sabemos ahora, tras la utilización padecida, a qué atenernos y reconocemos esas reglas del juego que se hallaban ocultas. Juego al que no vamos a jugar, porque no nos sumamos a ningún movimiento que tenga por objetivo clavar dardos envenenados a otro. Llegados a cierta edad, y teniendo el cuerpo agujereado, ya no duele tanto. Curioso que no hayamos aprendido, pero tal vez esa ingenuidad muestra la voluntad decidida y el deseo de construir un mundo en el que, ciertamente, haya lugar para todos. Eso quedará tras el agravio, ya que, evidenciada la trampa, nos retiramos, sin entrar al trapo de un juego sucio.
Solo creyendo que el otro es tan digno como tú de vivir, es posible gestar un espacio común con lugares propios.
